Alfonso Ussía

El guatequín

Se acerca la presumible gala de los Goya. El presidente de la Academia del Cine – la «academia» con más académicos del mundo–, Enrique González Macho se me antoja una persona cabal. Ha logrado establecer una mínima distancia entre el cine español y la política sesgada, pero la realidad no responde a sus palabras: «Hay que acabar con el mito de que vivimos de las subvenciones». No se trata de un mito, sino de un hecho. En España, dos o tres películas cada año salvan en taquilla –las urnas democráticas del cine–, al resto de las producciones. Y siguen regalándose subvenciones con dinero público. Generosísimas subvenciones distribuidas por el señor Lassalle, un personaje ideológicamente acomplejado que merece una efímera atención.

Un ilustre abogado de Santander, mi amigo Calixto Alonso del Pozo, llevaba hablándome de Lassalle con insistente perseverancia. Nos reunimos a comer en «El Bar del Puerto», joya de la gastronomía santanderina y española. Y como buena joya, no precisamente barata. Calixto Alonso del Pozo era para mí un letrado inmerso en la magia.

Le ganó al inteligente y retorcido letrado Benito Huertas dos litigios dificilísimos. De uno de ellos fui el principal beneficiado y del otro, mi familia más querida de La Montaña. Si Calixto aseguraba que conocer a Lassalle merecía la pena, había que conocer a Lassalle. El único defecto del gran Calixto es que contempla el paisaje de la bahía cuando llega la factura, defecto también compartido por el peculiar Lassalle. Me costó un huevo conocer a tan imprescindible personaje. Y me dolió, no por el dinero invertido, sino por la mala inversión. Lassalle me pareció bastante innecesario, y por ello, decepcionante.

No se trata de un verso suelto del Partido Popular. Hay muchos lassalles en el PP. Han medrado y crecido como buganvillas mediante el complejo de inferioridad y la permanente solicitud de ser perdonados por pertenecer al partido liberal-conservador. Se da mucho en España esta subespecie de conservador contrito. Y de Lassalle dependen ahora las subvenciones y los viajes de gorra de los escritores que asisten a congresos y eventos internacionales. Almudena Grandes, Montero y los que recomienda «El País». Lassalle cree que se lo van a agradecer, y ese punto de ingenuidad es lo que le convierte en un político bastante gracioso.

El problema de las subvenciones es que nadie las aflora. Ni el dador ni el receptor. Y menos que nadie se enteran de su uso, disfrute, o posterior devolución. El Gobierno cuenta con muchas entidades subvencionadoras que simulan el derroche del dinero público, empezando por Televisión Española. Pero la realidad es que, exceptuando unas pocas películas, el resto son un tostón y en su mayoría infectadas por mensajes políticos e ideológicos tan repetidos como extenuantes. Esos maquis tan simpáticos, heroicos y humanos, y esos guardias civiles crueles y desprovistos del sentido de la justicia. Y en esas estamos todavía, casi ochenta años después de todo aquello.

Recordar la Guerra Civil con el dinero de todos y desde una posición insultantemente crítica con el bando vencedor no resulta atractivo. Sin caer en demagógicos y victimistas histerismos, podría revisarse en una gran producción los hechos y el desenlace que rodearon al genocidio de Paracuellos, o los padecimientos en las checas, o los paseos de la Brigada del Amanecer. O simplemente, narrar una historia de la Guerra Civil sin malos y sin buenos, que de todo hubo en los dos bandos. El cine puede colaborar a la definitiva reconciliación, pero eso no interesa al sector mayoritario y esquivo con la verdad que predomina en nuestro subvencionado cine.

No tiene razón González Macho. Y con Lassalle de repartidor de prebendas, menos aún. Se aproxima el guatequín.