Cristina López Schlichting
El himno de la resistencia
El martes cené en Barcelona con A. Me explicó su disgusto porque su vecino le había afeado que saliese a pasear a su perro a las diez, la hora de las caceroladas, en lugar de sumarse a la protesta. Harto de silencios, mi amigo le explicó que tenía un bebé que todas las noches se despertaba aterrado con el estruendo de los cacharros y que, en justa compensación, al menos lo podía dejar en paz con sus ideas. «Pues sabemos dónde vives», le dijo el vecino. A. tuvo el cuajo de mirarlo y contestar: «Yo también sé dónde vives tú». Así están las cosas ahora que la tremenda opresión social de los últimos diez años en Cataluña está empezando a evidenciarse.
El aparente bienestar de la región presentaba rasgos preocupantes, parecidos a los del País Vasco en los años del plomo. Gente que evitaba conversaciones políticas. Banderas esteladas colgadas a la fuerza en pueblos y ciudades. Pasquines y carteles independentistas por todas partes. Y, por supuesto, la constante presión nacionalista de TV3, Catalunya Radio y los centenares de medios (RAC, La Vanguardia, Periódico, diarios locales y de barrio, etc) subvencionados por el separatismo.
La intervención del Rey, poniendo negro sobre blanco el asalto al sistema constitucional, y la manifestación a favor del «seny» y la unidad han conseguido desatorar el tapón del miedo. Las personas están dejando de considerarse proscritas y afrontan con más libertad su día a día. Hay banderas nacionales por las calles de Barcelona, la gente sigue TRECE y la Sexta y nunca me han parado tanto los transeúntes como en estos últimos días. Te sonríen al pasar, se detienen a saludarte alegres, cordiales, aliviados, y emprenden conversaciones en los comercios y hasta en el médico. De repente asoma la nariz una Cataluña amable y cercana, un poco achuchada y acogotada, pero cada vez más valiente.
En estos días de preocupación y hasta angustia, con la crisis económica potenciándose de nuevo, con iras en las consignas y hierro en los escasos razonamientos, en medio del agitprop de la Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural (a los que no sabemos quién ha dado vela en este entierro) las personas ya no se someten al poder totalitario que se ha apropiado de los medios de comunicación, la escuela, la diplomacia inventada y hasta la policía local.
Naturalmente, es un momento tenso. Por eso se agradecen iniciativas con humor e inteligencia como la de Jaume Vives, un periodista cristiano joven, que ya había alentado reportajes sobre Irak y Siria, que ha salido a un balcón de la calle Balmes a poner a todo trapo el Viva España de Manolo Escobar, en mitad del estruendo de las cacerolas. La idea ha cundido y ya ponen al cantante de Almería gentes de otros barrios de Barcelona, pero también de Tarragona y muchos puntos de Cataluña, de manera que el sonido charnego y vintage del tiempo de las suecas en las playas se ha convertido en el himno de la humilde resistencia de la inteligencia al instinto tribal.
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