Historia
El mal
Si alguna vez comentamos las noticias sin sobresalto debió de ser allá por nuestra infancia. Cuando el mundo era bueno, tu padre Batman y el hombre un entrañable mamífero. Algo así opinan hoy los partidarios del cuanto peor, mejor. Rara especie de gente especializada en detectar cánceres donde apenas si boquea un resfriado. Nihilistas profesionales, al cofre del pensamiento crítico incorporan un prejuicioso lío de corazonadas. Tomen este artículo del pediatra Aaron E. Carroll en las páginas del «New York Times». Carroll escribe sobre un estudio danés que, al parecer, corrobora la relación entre las pastillas anticonceptivas y la depresión. El doctor advierte de que otros estudios, igual o incluso más fiables, descartan sus conclusiones. Aparte: incluso si los daneses aciertan hablamos de 1 de cada 200 mujeres. ¿Significa esto que su dolor no importa, que estamos ante un 0,5% prescindible? ¿Saldo en rebajas? ¿Fuego amigo? No. Pero conviene analizar los perjuicios junto a las ventajas. Contextualizar resultados. Por regla general, reciben más publicidad las conclusiones que surfean el ruido ambiente. Aquellas que escandalizan para corroborar la vaga intuición de muchos de que el poder trabaja oculto y en la sombra. Si perdimos la liga fue por culpa de Florentino. O de los astros. O de las farmacéuticas. Claro que en ciencia, a ver si creían que el periodismo tiene la exclusiva en términos de posverdad, vende más el hombre que muerde al perro que al contrario. Pero necesitas datos como cohetes, que cimienten las malditas especulaciones. Como sea. El estudio danés ha sido celebrado por cuantos jalean todo lo que ponga en solfa los supuestos avances del mundo moderno. Comentarios y tuits insisten en ese rancio ya lo decía yo, ya, y cuando el río suena y bla bla blá, que tanto alegra el día a los funcionarios de la conspiración en marcha. Ante semejante batería de ocultistas. Frente a la sinrazón de esos onmívoros zampabollos, enganchados a devorar documentales sobre la conjura que derribó las Torres Gemelas. Contra los enemigos de la decencia y las vacunas. Para salvarse de sus paranoias, digo, no encuentro mejor antídoto que artículos como el del profesor Carroll. Aunque, bien lo sé, no hay forma de discutir cuando tus interlocutores amparan sus rebuznos en la ponzoña tóxica del recelo. Siempre avizor del iceberg oculto que sale a navegar cada mañana. Para ellos se hicieron los Brexit. Emancipados de la Ilustración, felices en el oscurantismo, buscan las fronteras de la realidad sin comprender que lo que encuentran, a menudo, tiene mucho de vil novelería. Allí, bien cobijados y con los pies calientes, denuncian injusticias y señalan el tricotar de esos dioses menores que trabajan contra nosotros. Ah, la conspiración, así en la píldora como en Berlín y sus hombres de negro. ¿Los médicos y los científicos? Comprados. ¿Los periodistas? Ni te cuento. ¿Los políticos? Unos bandidos. ¿Las multinacionales? El Imperio del Mal. Luego algunos, en su infinito candor, todavía preguntan cómo es posible que estemos como estamos.
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