Pedro Narváez
El minimartes
Pedro Sánchez arrancó ayer la campaña electoral más larga de la democracia. No estaba entre los favoritos, como muchos de los premiados con el Oscar que luego se alzaron con la estatuilla por aquello de la conciencia social. El falso talento está vendido a la lucha racial o al cambio climático. Esos demonios por los que «El nacimiento de una nación» de Griffith está condenada a la hoguera porque los buenos eran del Ku Klux Klan. El arte ya es otro partido político del siglo XXI. Era lo peor que nos podía pasar. Hubiera preferido no vivirlo. A pesar de todo, es peor estar muerto y contarlo sin wifi desde un ataúd.
En ese contexto de falsa progresía en el que el cinismo aborrece de la inteligencia y del sentido común, y todos los españoles pasan hambre y compran en tiendas de explotadores, Sánchez se vendió bien de jefe de la oposición, de candidato de unas siglas que no aspira a cambiar el mundo pero que silba el estribillo de los desahucios, de la pobreza energética y de la corrupción. Fuegos de artificio.
El PSOE no anhela a que vivamos mejor. Una vez domesticado Ciudadanos, le basta con sobrevivir a Podemos y a sus propias pirañas. En uno de esos documentales despampanantes de la BBC con voz de Richard Attemborough vi cómo los delfines, tan monos, hacían círculos alrededor de los bancos de los pezqueñines para levantar un muro de arena que los atrapara, y luego, un trío de guepardos que en pandilla se zampaban una avestruz de un tamaño tres veces mayor que los felinos. Sánchez demuestra que ha aprendido a respirar en la selva. Sólo quiere salir vivo. Y si ha de morir que sea matando.
Sus principios son en realidad el final. Todo acaba en papel mojado. Mientras Estados Unidos vivía su súpermartes, en el Congreso las palabras se encogían y se hacían mini. Noventa diputados en éxtasis como si no hubiera un mañana, aplaudían un discurso que ya conocían aunque simulaban descubrir en cada párrafo. Sánchez entró a matar a la ballena convencido de que lleva planchado el disfraz del capitán Ahab pero hoy llegarán los delfines y la pandilla de guepardos a devolverle el arpón sangriento de sus propias contradicciones. El niño Pedro se ha convertido en un hombre depilado que aún se corta al afeitarse. Su intervención, más que unir los trozos del juguete roto de España, rompía el puzzle en más piezas a ver si así le funcionaba el pegamento para algo más que esnifarlo: Estado federal, diálogo sobre los 23 puntos que Artur Mas tejió para enredar a Rajoy... El hombre de Estado fue un funcionario malabarista de la investidura. Todos los votos que ganó ayer podría perderlos en 48 horas. La memoria histórica, las relaciones Iglesia-Estado... ¿Y las diputaciones? Ah, ¡que era la palabra prohibida! Ya no parecía tan necesario quitárselas de encima. Con no mencionarlas fue suficiente. Todo esto, si Sus Señorías así lo desean, puede aplicarse la próxima semana. Ése fue su mantra. Qué sentido tiene comprar humo dentro de unos meses si ahora está de rebajas.
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