Comunicación

El odio

La Razón
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Ahora que las redes sociales son el aliviadero de las dos o las 40 «españas», cunde la sensación de que estamos a salvo de las balas, pero es otra ficción de esas sobre las que nos mecemos para no pensar. Lo sucedido esta semana con el fallecimiento de Víctor Barrio, que no voy a reproducir, nos ha descubierto que desde las trincheras digitales se hiere. El odio es como el agua perseverante, escurridizo, vida y destrucción. El odio siempre va a encontrar los canales y las rendijas donde anidar y romper las estructuras. No se trata de construir relatos «neoluditas» contra el progreso de las comunicaciones. El odio es una especie invasora de cualquier medio. Colonizó la imprenta, la radio, la televisión, ahora las redes sociales en episodios más o menos cotidianos. Lo que tenemos que tener claro es que el odio no es anecdótico, es un combustible capaz de mover a la vez varios y cobardes motores. La Historia de los manuales es la cronología del odio con diversas excusas. Por eso hay que recordar que el delito es delito con independencia del canal en el que se comenta, como el dolor es dolor con independencia del lugar donde se lea, se vea o se escuche. La soledad y el anonimato son invernaderos de odio y tendrá que ser la Justicia la que arranque los semilleros porque corremos el riesgo de que, como casi siempre, el tiempo sepulte los escarnios y la realidad. La vida real tiene responsabilidades reales y quizá penales que no se pueden suplir con la virtualidad de la firma o el «me gusta». Algo falla en un ecosistema de comunicación cuando son muchos los que se han «autoexiliado», cuando un pezón se considera más peligroso que una amenaza de muerte, cuando una firma descarga toda la responsabilidad y la «termita de la culpa» en «los otros». La brecha digital deja heridas con sangre que desborda la frente y nubla la mirada... pero los legajos siguen amontonándose en los juzgados y en sus pasillos. Habrá que afinar mucho para que esto sea considerado «delito de odio» porque seguimos matando drones con floretes decimonónicos. Pese a todo, sólo en el marco que nos facilita el Estado de Derecho se podrán determinar, mitigar y liquidar estos comportamientos, lo demás es el ruido nuestro de cada día. Para concluir, diré que en el mundo taurino sólo encuentro arte, evocación y épica en el pasodoble.