Restringido
El Ornitorrinco
En Iowa, primera estación del maratón republicano, las encuestas anuncian la victoria de Ted Cruz. El senador de origen cubano, nacido en Canadá, campeón del Tea Party, avanza como líder con un 31% en intención de voto. A Quebrantahuesos Trump, el tipo que grita «con la cabeza llena de excremento» (Lorca), el Twitter más rápido al norte del Pecos, le auspician el 21% del voto. Inmediatamente, Trump ha cuestionado la veracidad de los números. Publicados por el periódico «The Des Moines Register», augur bastante fiable en el arte demoscópico. La victoria del joven Cruz en Iowa amargaría a un Trump acosado. Si aspira a mantener las constantes vitales, necesita aterrizar en la convención republicana, verano de 2016, con un número de delegados tal que imposibilite el cordón sanitario a la contra. Si no lo logra, según pronostican comentaristas como Trip Gabriel, de «The New York Times», el resto de candidatos se unirá para sacarlo a gorrazos.
El «mayday» republicano es de semejante calibre que antes que a Trump postularían a un ornitorrinco. Lo que sea frente al rubio pirómano. ¿Es Ted Cruz el ornitorrinco? Si Jeb Bush ocupa el ala del centroderecha y es el hombre del establishment, y ese mismo establishment tampoco reniega del perfumado y rocoso Marco Rubio, y si ambos pelearían en la batalla por el voto latino, importante aunque no crucial, Cruz equivale al locuaz abanderado del ala visceral. La vacuna distópica de cierto republicanismo acongojado al diablo Obama. Abogado brillante, orador ciceroniano, Cruz aspira a suprimir el IRS (equivalente a la Hacienda española) y el departamento de Educación. En plena combustión de ego, dio un mitin de 21 horas en el Senado a fin de retrasar la entrada en vigor de la reforma sanitaria. Sus extravagancias animan las convenciones y electrizan las redes sociales. Fue muy comentado el vídeo en el que descubría al mundo la receta del «beicon a la metralleta». Consiste en rodear el cañón de un subfusil de asalto con lonchas de carne, cubrirlas con papel de plata y darle al gatillo hasta que el metal recalentado churrusque la panceta. «En Texas cocinamos un poco distinto al resto de la gente», dijo Cruz segundos antes de empuñar un AR-15. El mismo tipo de rifle, con leves variaciones, que el 14 de diciembre de 2012 usó Adam Lanza para asesinar a 20 niños menores de 7 años y 6 adultos profesores en la escuela infantil de Sandy Hook, Connecticut. Con independencia de las inevitables disquisiciones éticas o jurídicas respecto al derecho a portar armas, el vídeo de Cruz no aparentaba ser el de un contendiente a la púrpura. Lejos de jugar el papel de senador ecuánime, Cruz, al que no traga el sector tradicional del partido, el de Bush, McCain y Romney, se lo ha pasado bomba jugando a «enfant terrible». Lo suyo consiste en galvanizar evangélicos, enardecer activistas y montar grandes pollos virales. Con todo, y visto el cariz de una campaña nitroglicerina, puro despendole, si no el postulante soñado, acaso Cruz sea el ornitorrinco al que el partido rece. Mejor el mamífero semiacuático, venenoso y ovíparo que el monstruo de Frankenstein. Comparado con Trump, Cruz es Marco Aurelio.
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