Julián Redondo
El parto de los montes
No hay sentencia ni una fecha para emitirla. Y cuando ocurra, cuando abran la boca los miembros del TAD, sesudos hasta la desesperación, o el aburrimiento, o lo inconcebible, la gaseosa será agua porque su fuerza se habrá disipado y no quedará ni rastro de las bulliciosas burbujas. De la explosión nuclear, al cuesco; del apocalipsis, al tufillo. O sea, el parto de los montes. Los indicios sobrecogían, el escándalo invitaba a una consulta con el FBI, a una investigación del MI6, a la intervención de Bond, James Bond... Los escandalosos indicios, ni fuegos fatuos. Como en la fábula de Esopo, el monstruo fue un ratoncillo. De la augurada y voceada inhabilitación, presunta por demás, de Ángel María Villar, a una amonestación «sine die», en todo caso. ¿A qué esperan en el TAD para declararle culpable o inocente? ¿Influirá en el cacumen de este tribunal la querella que Villar ha presentado contra Miguel Cardenal por prevaricación? Tres viernes empleados en un proceso con tantos matices que corre el riesgo de perderse entre el papeleo de algún juzgado, pues no hay que descartar la aparición de la justicia ordinaria en medio de todo este berenjenal.
Y como no hay sentencia que incrimine o exculpe a Villar, la denuncia contra José Luis Sáez avanza, es un decir, por un camino paralelo. Si hace tres semanas era más previsible la inhabilitación del presidente del baloncesto que la del presidente del fútbol, hoy cualquiera de las dos es improbable, aunque el alumbramiento se demore uno o dos meses más. El TAD reclama más datos para sancionar, ha iniciado «un proceso de información reservada», marea la perdiz. O no soporta la presión o no sabe por dónde se anda.
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