Pilar Ferrer
«El patriarca está frío»
Ironías del destino, hace unos días algunos diplomáticos españoles vieron a Jordi Pujol Ferrusola en Londres. Sin ninguna cortapisa judicial para salir de España, el primogénito del clan se movía en la capital del Reino Unido como pez en el agua, toda vez que la City fue siempre un buen centro de operaciones de él mismo y su hermano menor, Oleguer, para su abultada trama financiera. Dicen que apasionado del arte, modalidad que alguna vez utilizó para tapar sus turbios asuntos de dinero y comisiones ilegales, acudió a la National Gallery, donde coincidió con otros importantes prebostes del sector. Curiosamente, el hijo mayor de los Pujol se encandiló con la obra maestra del pintor francés Joan Simeón Chardin, «El castillo de naipes». Un cuadro excelso, que revela las maniobras de un joven ludópata para cuadrar sus planes. Nunca un simbolismo estuvo mejor aplicado en esta historia de grandeza y decadencia de la que fue la familia más poderosa de Cataluña.
La cuenta atrás de su calvario judicial es ya imparable. Comenzó el día que el patriarca anunció por sorpresa la existencia de sus cuentas opacas en Andorra. A partir de aquí, la cascada de maldades sobre los Pujol fue ya incesante. Y llegó al máximo con los registros judiciales de su domicilio barcelonés y otras propiedades familiares. Desde el anuncio de las cuentas andorranas, todo el esfuerzo del clan y sus abogados fue evitar que la causa llegara a la Audiencia Nacional y dejarlo todo en manos de la jurisdicción catalana. A tal extremo, el patriarca dedicó todo su empeño y fue una de las cuestiones importantes sobre la mesa en su última reunión con Artur Mas en casa de un empresario amigo en Barcelona. No ha sido posible. En un Estado de Derecho la justicia es lenta, pero imparable. La llegada del sumario a la Audiencia nacional estaba escrita.
El día que la Policía Judicial entró en el piso de General Mitre en Barcelona, residencia del matrimonio Pujol, empezó el martirio. Con enorme tensión, pero controlada. Con un Jordi Pujol i Soley bastante tranquilo y una Marta Ferrusola visiblemente indignada, la pareja sufría el acto más tremendo y humillante de su vida personal y política. A las órdenes del juez José de La Mata, de la Audiencia Nacional unos doscientos policías de la UDEF (Unidad de Delincuencia Especial y Fiscal) irrumpían en casa de quien fuera el hombre más poderoso de Cataluña. A esa hora sólo se encontraban en el piso el matrimonio Pujol-Ferrusola, su hijo mayor Jordi, y una empleada de hogar de confianza. Ni siquiera el conserje de la finca, que llegó a su puesto de trabajo una hora más tarde y a quien se le negó acceder al piso.
Era el inicio del traslado de la pieza judicial desde los Juzgados de Barcelona a la Audiencia Nacional, a cargo de un juez implacable. Según fuentes de la investigación, el análisis de la documentación remitida por la banca de Andorra y las pesquisas de la Fiscalía Anticorrupción concluyen que los Pujol actuaban «como una banda organizada», lo que lleva al magistrado De la Mata a acumular todos los procedimientos. Algo que aterraba meses atrás al patriarca de la saga y así se lo hizo saber a Artur Mas en la reunión mantenida en casa de su gran amigo Joan Martí Mercadal, ex directivo de Banca Catalana. La llegada del caso a la Audiencia, donde también tiene pieza otro juez, Santiago Pedraz, escapa al control de la familia, sale fuera de la jurisdicción catalana y preocupa enormemente a los Pujol.
Los funcionarios fueron en todo momento correctos, pero la tensión era palpable y el temor cundía. Fue el día que Marta Ferrusola, visiblemente alterada, pronunció una frase tremenda: «Nos quieren hundir, pero mi casa no es el “Titanic”», llegó a decir la «Dona» a la policía, mientras el ex presidente intentaba calmarla. Todo un símil del naufragio absoluto al que están ya abocados el clan pujolista y Convergència. Como el emblemático e imbatible trasatlántico, construido a prueba de galernas, pero hundido por un letal bloque de hielo: la corrupción. Nadie duda de los coletazos de esta imputación sobre la investidura de Artur Mas y el esperpento político que vive Cataluña. «Es lo que nos faltaba en este momento», reconocen desolados dirigentes convergentes ante este vendaval con la espada de la CUP encima de sus cabezas.
Naturalmente, el victimismo saldrá ya de inmediato. Un nuevo ataque desde Madrid a Cataluña es la consigna que ya nadie se cree. En el entorno de la familia, la imputación se considera «un grave atropello, un escarnio» y admiten que el patriarca se encuentra «frío, pero con la procesión por dentro, esto es muy duro», aseguran. En el plano político, con tres meses sin gobierno en Cataluña y un escenario delirante, la convulsión es total y nadie duda de sus consecuencias sobre la investidura de Mas. La imputación del matrimonio Pujol por blanqueo de capitales, su foto ante la Audiencia Nacional, es de traca. Terrible escenario para una familia cuyo castillo de naipes se derrumba bajo una figura inexorable: la corrupción del tres por ciento y las cuentas opacas.
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