Restringido
El peso de la púrpura
Existen diferentes maneras de llevar la tropa al combate. Se puede hacer como Alejandro Magno, yendo delante y repartiendo mandobles. Como Nelson, haciéndose ver en el puente de la nave con sus mejores galas o como Napoleón, a lomos de un brioso corcel y visible desde todas las líneas. También y eso es lo que la tecnología ha impuesto, existe la posibilidad de mandar a los tuyos a sufrir y luchar desde un remoto despacho, con aire acondicionado y catering.
El estilo que me gusta es el del semidiós griego, pero sea cual sea la fórmula y si el jefe pretende ser mínimamente respetable, debe asumir «el peso de la púrpura».
Es una sabia expresión, cuyo origen se remonta a la antigua Roma, para explicar que los emperadores estaban obligados a adoptar medidas incómodas, desagradables e incluso peligrosas para ellos, a cambio del honor y el privilegio que entrañaba gobernar al pueblo. Parece de cajón que quien manda debe tomar decisiones. Pues no es así, al menos en la política española actual. A 28 días de ese 3 de mayo fatídico, en que habrá que convocar elecciones si no se urde un apaño, la promesa de Pedro Sánchez ante los barones reunidos en el Comité Federal del PSOE es que preguntará a las menguantes huestes socialistas en caso de «cambios sustanciales» en el acuerdo ya votado con Ciudadanos.
Casi al mismo tiempo y ante ese engendro que ha bautizado como Consejo Ciudadano, lo que promete Pablo Iglesias a los suyos es hacer un referéndum entre la militancia podemita preguntando si votan si, votan no o se abstienen cuando Sánchez intente de nuevo la investidura.
Suena muy bonito eso tan progre de «consultar a las bases», pero puede ser una patochada o lo que es peor, una manifestación sonrojante de cobardía.
Ni el cauteloso Sánchez ni el cursi Iglesias quieren equivocarse so-los. Tampoco hacerlo en compañía únicamente de los más próximos. Buscan pusilánimes el abrigo del rebaño y guarecerse por si se celebran nuevas elecciones.
Un líder que se precie no puede estar día y noche parapetándose en semejantes triquiñuelas. Para un político es pecado mortal perder el sentido de la realidad y el «pulso de la calle», pero también lo es irse al otro extremo y pasarse la vida eludiendo responsabilidades. No es de recibo gobernar a golpe de encuesta. Cuando te han elegido para mandar, tirar a troche y moche de demoscopia y endosar el marrón a la masa, es un signo de debilidad.
ALFONSO ROJO
Alfonso Rojo
Periodista Digital
http://www.periodistadigital.com
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