César Vidal
El que faltaba para el duro
Lo que ahora un diario de un «grupo mediático fácilmente identificable» llama «denominados papeles de Bárcenas» desprendió un hedor innegable a maniobra desde el principio. Su publicación ha provocado la caída del Ibex, la subida de la prima de riesgo, la zozobra política, nuevas dificultades para salir de la crisis y, como no podía ser menos, desgracias añadidas para millones de españoles. Todo hubiera tenido una justificación si hubieran sido documentos indiscutidos e indiscutibles, pero únicamente son fotocopias. A partir de ahí, como si se hubiera abierto una espita, ha ido apareciendo un rosario de circunstancias que cabría calificar, como mínimo, de inquietantes. Al parecer, nadie tiene los originales. No se puede, por lo tanto, practicar una pericial que establezca su autenticidad. El único testigo –de nula validez procesal porque tampoco ha aportado ningún documento– de su existencia es acusado de ser un resentido que sólo se venga de no haber recibido los cargos que ambicionaba ni tampoco, según confesión propia, cincuenta mil euros que reclamó al PP. Incluso –y ya sería el colmo– podría estar presuntamente incurso en una falta deontológica de tal calibre que, por ejemplo, en Estados Unidos se le expulsaría del colegio de abogados y no podría volver a ejercer en su vida. A esto se añade que el «grupo mediático fácilmente identificable» lleva varios días pidiendo la sustitución de Mariano Rajoy por Alberto Ruiz Gallardón como, por cierto, también hizo cuando Aznar ganó sus primeras elecciones. El cuadro ya resulta no poco inquietante, pero como si no fuera suficiente para lograr que nuestros cabellos se ericen como escarpias, de entre las tinieblas, surge el antiguo juez Garzón. Un personaje que, con toda la justicia del mundo, fue apartado de la judicatura por violar uno de los derechos humanos más sagrados y elementales como es el derecho a la defensa, emerge en la radio del «grupo mediático fácilmente identificable» y lo hace para defender el más que endeble testimonio de un amigo suyo –también es casualidad– que defiende la existencia de una contabilidad B en el PP. Sin duda, todo, absolutamente todo, puede obedecer a la casualidad. Sin embargo, la casualidad es tan casual –disculpe el lector la redundancia– que recuerda aquel dicho de F. D. Roosevelt cuando afirmaba que «en política, la casualidad no existe y cuando existe es porque ha sido cuidadosamente preparada». Desde luego, es para preguntárselo. Sobre todo, tras la aparición de Garzón. El que faltaba para el duro.
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