Martín Prieto
El racismo se cura en la cama
Para un federal o el sheriff de un condado la mitad de la investigación está cumplida ante un crimen sexual porque son una extravagancia estas agresiones interraciales entre negros y blancos, aunque cualquier excepción cabe entre 300 millones. Los execrables asesinatos de negros que conmueven a Obama demuestran que la fratricida lucha por los derechos civiles fue una victoria moral pero virtual que convierte en placebos la arriada de la bandera de la Confederación o el imposible embridaje de la Asociación Nacional del Rifle, enquistada en la segunda enmienda constitucional y que convierte en un derecho la posesión de armas de fuego. Ni lo intentes ver en el profundo sur, en el Cinturón de la Biblia, pero en Manhattan, en Filadelfia, en Washington, en Seattle, una pareja mixta de la mano mueve poderosamente la atención y hasta 1967 muchos estados prohibían el matrimonio interracial. La gran máquina publicitaria de Hollywood sólo se acercó babosamente al drama con el amaneramiento rosa de un Sidney Poitier en el papel de científico africano. Todo tiene su envés y a Robert de Niro solo le gustan negras y John Wayne sólo se casaba con hispanas, pero Obama es presidente porque su padre no es afroamericano, sino keniata. El mítico Sammy Davis Jr., negro, judío, tuerto, hubo de divorciarse de la sueca May Britt pese a pertenecer al poderoso «clan Sinatra». De Tierra de Fuego al Río Grande todo es mestizaje, pero hasta Alaska los cuarterones blanquinegros parecen inivisibles. El racismo brasilero es económico: si eres negro y rico te besan el orto y si blanco y pobre lustrarás zapatos, pero producen en la cama un mundo multicolor. Obama, ya pato cojo, incumplió su «yes we can»: ni Guantánamo, ni estabilidad en Irak y Afganistán, ni Sanidad integral, ni derechos de inmigración, ni una pequeña tolerancia racial. Pese a su mestizaje quedará como nota a pie de página. En EE UU la cama interracial está deshabitada.
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