Reforma constitucional
El reino de los tibios
Perdón por la osadía, pero me pasa con el periodismo, lo que le ocurría a Gabriel Celaya con la poesía. Seguro que se acuerdan, unos porque los recitaron en el Bachillerato y la mayoría porque los escucharon en la rasposa voz de Paco Ibáñez de aquellos versos en los que Celaya maldecía a los neutrales que, «lavándose las manos, se desentienden y evaden». Llevo en esto la friolera de cuarenta años y siempre he dado por supuesto que la función primordial del periodista es contar historias. Si de paso, puedes llevar algo de alivio al débil y cierta intranquilidad el poderoso, mejor. Y si lo haces con talento, yendo de la anécdota a la categoría, emocionando a la gente, miel sobre hojuelas. Nuestra misión es sacar a la luz los elementos de la realidad que nos rodea para que los ciudadanos puedan juzgar y decidir con criterio. Dicho esto, quiero subrayar que estamos obligados a ser objetivos, pero no neutrales. Y en la España actual, no sé si por falta de criterio o por simple temor, se tiende a confundir ambos conceptos. Ningún medio de comunicación es tibio frente a la violencia machista, el racismo e incluso la corrupción. Pero entramos en otros asuntos, algunos vitales para la supervivencia de nuestra nación como puede ser el separatismo catalán, y al personal le entra un miedo cerval y la súbita e imperiosa necesidad de aparecer imparcial, equitativo, ecuánime, objetivo, neutro e incluso indiferente. RTVE, la de todos, la que pagamos con nuestros impuestos desde hace medio siglo, tiene el deber de dar las cifras correctas, contar los manifestantes con esmero y poner sobre el tablero todos los argumentos, pero no puede afrontar el reto independentista como si retransmitiera asépticamente un partido de fútbol en el que ni siquiera juegan los nuestros. No es de recibo presentar en plan de igualdad a quienes quieren insolidariamente romper la convivencia y a los que creen en España, como no se pueden repartir equitativamente los tiempos de micrófono y las horas de pantalla entre víctimas y verdugos. No se trata de prohibir la presencia de tipos como Rufián, Monedero o Garzón en los programas estrella o en los telediarios, pero cada uno de sus dislates tiene que ser puesto en contexto, contrastado o rebatido «in situ», como intentan hacer con Trump la CNN y ese «The New York Times» que tanto aplaudimos. No es sencillo, porque hacerlo entraña que te pongan pingando en ese charco que es Twitter, pero a veces, como escribió Celaya, hay que mancharse.
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