José María Marco

El relato

La Razón
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Desde que los etarras hicieron pública la renuncia a la violencia, el 20 de octubre de 2011, ha estado sobre el tapete la cuestión de cómo explicar lo ocurrido aquel día y su relación con los más de cuarenta años de asesinatos, extorsión, coacción y violencia ejercidos por la banda terrorista. La palabra que se suele usar es la de «relato», a veces la más postmoderna aún de «narrativa». Se trata de «elaborar» un «relato» o «construir» una «narrativa» capaz de contrarrestar la «narrativa» o el «relato» nacionalistas. Según estos, la lucha política del pueblo vasco contra el Estado español ha acabado por hacerle aceptar a este último la realidad nacional vasca. Así se llega, por sus pasos contados, a la continuación de la violencia de baja intensidad, las coacciones y la brutalidad de los antiguos etarras y sus herederos.

En el «relato» alternativo se habla mucho de «Constitución», de «constitucionalismo» y de derechos y libertades. Los partidos no nacionalistas son partidos constitucionalistas, como lo es la actitud de aquellos que defienden al Estado. Se recurre menos, en cambio, a palabras y conceptos como el de España y nación: partidos nacionales, o bien españoles, Constitución española, unidad de España. Y, para hablar de los españoles, hablar de eso, de «españoles» y no sólo de «ciudadanos».

Abandonar la identidad nacional y la nación –España, en una palabra– a los nacionalistas permite a estos monopolizar y tergiversar un concepto ilustrado, liberal y democrático. También deja a los españoles y a quienes defienden España sin el sustrato histórico y emocional que está en la raíz de la nación política. Se repite en parte el error que se cometió en los 70 y 80, cuando, al sustraer los símbolos y la realidad nacional de la lucha contra la ETA, los españoles no encontraban la forma de manifestar cívica y políticamente su rechazo moral a los crímenes nacionalistas. El nacionalismo conseguía su objetivo primero, que es acabar con los principios de la nación, en este caso la nación española. Ese fue el núcleo de los años de plomo, que no tendríamos por qué revivir ahora. Si el «relato» constitucional integrara lo nacional y lo español, cobraría una fuerza nueva. Dejaría de ser eso, un «relato» o una «narrativa». Se convertiría en una identidad, una manera de ser y de estar en el mundo en la que no cabe la violencia.