Elecciones generales
El síndrome del Gatopardo
Los partidos arrancan la nueva campaña con los mismos vetos y objetivos de los últimos cuatro meses: Sánchez y Rivera rechazan a Rajoy e Iglesias quiere «comerse de una tacada» a IU y al PSOE
Mariano Rajoy robustecido frente a los vetos de todos los demás. Como si nada hubiera pasado en el impresentable teatro de estos cuatro meses, ningún partido se mueve de sus postulados. El PP sigue en cabeza de las encuestas con un líder que ha visto, desde su templanza, cómo se despedazaban los otros. El PSOE atraviesa una crisis de liderazgo sin precedentes tras el fracaso de Pedro Sánchez. La izquierda radical busca el pacto de Podemos con Izquierda Unida, en aras del «sorpassso» que devore a los socialistas. Y los nacionalistas se empecinan en su consulta soberanista anticonstitucional. España vive ahora bajo lo que un ministro con peso en el Gobierno denomina «El síndrome del Gatopardo», en recuerdo de la magnífica obra de Giuseppe Lampedusa llevada al cine por Luchino Visconti. El autor denuncia el cinismo de los políticos durante la unificación italiana y acuñó una frase magistral: «Que todo cambie para que todo sigua igual». Tal es la situación en el arranque de campaña electoral.
Todos contra Rajoy a la espera de los resultados. Pero sin ni siquiera mantener la prudencia del desenlace final, éste es el cuento de nunca acabar. Pedro Sánchez insiste en su negativa a cualquier pacto con Mariano Rajoy pese al batacazo sufrido. Albert Rivera, temeroso de pagar en las urnas la factura de su entrega al PSOE, da ahora por caducado su acuerdo con Pedro Sánchez y mantiene su rechazo al actual presidente en funciones. «Fue bonito mientras duró», dice un dirigente de Ciudadanos como prueba de que los lazos con los socialistas ya están rotos. Pablo Iglesias quiere comerse de una tacada al PSOE y a Izquierda Unida. Los nacionalistas catalanes se debaten entre la refundación de Convergencia y la negativa de Esquerra Republicana a una lista conjunta. Y el veto a la figura de Mariano, curiosamente el único que no se ha desgastado, sigue en boca de una oposición que solo se mueve por aversiones personales sin responsabilidad política. Algo inaudito y difícil de entender en cualquier país europeo.
La pasada semana, tras su tercera entrevista con el Rey Felipe VI, el presidente en funciones reunió al núcleo duro del Gobierno y les trasladó un mensaje: «Hay que huir del pesimismo, vender bien los logros económicos y bajar a la calle».
Según algunos de los ministros asistentes, lo dijo relajado y convencido. Rajoy piensa que este ataque unívoco y frontal contra su persona puede provocar el efecto contrario. Es el llamado «efecto rebote», en opinión de expertos en sociología política, tras apuntar que en estos cuatro meses de farsa mediática «se ha visto la cara de todos los demás». La endeblez de Pedro Sánchez, la incongruencia de Albert Rivera, la furia de Pablo Iglesias y la tirada al monte de los separatistas. «Este espectáculo favorece al PP», opinan los expertos ante una situación de incertidumbre. Frente a ello, los populares venden estabilidad y seriedad. «Primero hay que pactar con la gente», les dijo Rajoy a sus ministros y a la cúpula del partido.
A día de hoy, salvo sorpresas, las encuestas vaticinan al PP como la lista más votada y una gran abstención. Ello favorece al partido mayoritario, lo que podría otorgarles entre cinco y seis escaños más, y perjudica a la izquierda que tiene el voto más disperso. En palabras de un dirigente del PP, «El voto del cabreo puede ser ahora el voto del miedo». Si Mariano Rajoy logra ciento treinta diputados, ¿con qué autoridad moral pedirá Rivera su cabeza?, se preguntan en Moncloa y Génova trece. Consideran que «todo está muy abierto» y que los resultados pueden situar a Mariano Rajoy como el único con fortaleza para obligar a pactar a los demás. El presidente está «prudentemente satisfecho» porque el tiempo le ha dado la razón. Después de que Pedro Sánchez le negara hasta el saludo y Albert Rivera exigiera su cabeza, Rajoy apostó por nuevos comicios. Además, la figura del secretario general del PSOE está en juego si logra un solo escaño menos de los noventa anteriores. «Con ochenta y nueve está sentenciado», admiten «barones» socialistas.
Muchos de ellos inscriben la espantada de Carmen Chacón en una maniobra auspiciada por José Luis Rodríguez Zapatero, José Bono y Susana Díaz. El ex presidente del Gobierno no oculta su oposición a Sánchez, al igual que Bono y la lideresa andaluza. Pertrechada de momento en San Telmo, a la espera del 26-J, Chacón y Eduardo Madina serían los abanderados de la jugada. La catalana se ha ido antes de que la echen, pues contaba con el rechazo del PSC en unas primarias, mientras el vasco Madina sufre de nuevo la humillación de Sánchez en su puesto electoral. Aunque el conflicto queda de momento aparcado, nadie duda en el PSOE de que el actual secretario general está contra las cuerdas. «No podemos heredar un partido en ruinas», dicen en el entorno de Susana Díaz ante el temor de un fiasco electoral y, aún peor, la posibilidad de ser superados por Pablo Iglesias si finalmente acude en coalición con Izquierda Unida.
También existe cierta inquietud en Ciudadanos donde, a pesar de las declaraciones públicas, comprueban el fracaso de su acuerdo con el PSOE. El dilema es por dónde les pasará factura, si por la izquierda o por el centro-derecha. Rivera y los suyos insisten en el veto a Mariano Rajoy, a quien consideran con «una maleta detrás», según el dirigente de C’s Juan Carlos Girauta. Su principal preocupación es que el hartazgo ciudadano derive en una baja participación, lo que favorece a los dos grandes partidos. También temen que el llamamiento de Rajoy al «voto útil» ante el auge de Podemos y la izquierda radical haga mella en su electorado más conservador. Con todo, Ciudadanos mantiene su rechazo a Mariano Rajoy, a quien consideran «inhabilitado» para liderar una etapa de cambio aunque pueda ser de nuevo el candidato más votado. «Sólo nos sentaremos con gente joven y limpia», aseguran en el partido naranja.
En el nacionalismo catalán las cosas siguen revueltas. Tras el fracaso de la marca Democracia y Libertad, Convergencia se propone recuperar su tradicional nombre en las listas del 26-J, sabedores de la negativa de ERC a una lista conjunta. «Hemos aprendido la lección», dicen los convergentes sobre el ensayo fallido de la nueva marca. En el debate sobre la refundación del partido, la recuperación de las siglas CDC es un hecho, mientras su probable cabeza de lista, Frances Homs, aspira a repetir en el Congreso. En las últimas semanas, el ex presidente Artur Mas ha maniobrado para intentar una candidatura con Esquerra, pero la oposición de Oriol Junqueras es total. Cada uno por su lado con el objetivo de articular el soberanismo, aunque las encuestas otorgan mejores resultados a los republicanos junto a la formación de Ada Colau, En Comú Podem. El bloque final de izquierdas dependerá de cómo acaben las conversaciones entre Pablo Iglesias y Xavier Doménech, aunque Colau se inclina por acudir en solitario sin confluencia con Podemos.
Ante la inminente disolución de las Cortes, la máxima «lampedusiana» sigue intacta en los partidos de la oposición: Algo debería cambiar pero todo sigue igual. No obstante, como matizan en el PP, nada en política es definitivo y del escenario está muy abierto. Tras un cruce de reproches y culpas mutuas la campaña se avecina bronca. Mariano Rajoy, «el indeseado», como ironiza un ministro, puede volver a ser el más votado y las piezas cambiar de tablero. Piensa hacer una campaña muy política, a pie de calle, y vender los logros de su gobierno. Además, el PP es el único partido que no tiene problemas en sus candidaturas, mientras otros andan a la greña entre codazos y las llamadas listas «cremallera». Lo que está claro es que el 26-J se juega el liderazgo del centro-derecha y, sobre todo, el de la izquierda.
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