Restringido
El Sistema métrico
Tal como evolucionan las cosas, en unos años, China será la gran fábrica planetaria; la India, la oficina; Estados Unidos, el laboratorio-cuartel, y Europa, el asilo de ancianos. Bajo el impacto de lo que acaba de ocurrir en Bruselas y de la expeditiva forma en que Gran Bretaña ha doblado el brazo al resto de socios comunitarios, no es fácil salir hoy en plan optimista. Era lo esperable, porque los británicos, que conducen por la izquierda, funcionan con la libra y ni siquiera han adoptado el sistema métrico decimal, siempre lo han tenido claro. Sin llegar al extremo de Margaret Thatcher, quien sostenía que todo lo malo llegaba del otro lado del Canal de la Mancha –incluyendo desde el nazismo a Carlos Marx–, y que los anglosajones se ven obligados regularmente a sacrificarse para sacarnos del entuerto, el calculador Cameron ha chantajeado sin remilgos a Merkel, Hollande, Rajoy y compañía. Con un referéndum a cuatro meses de distancia y viendo que los partidarios del «Brexit» llevan ventaja en las encuestas, no había otra opción que aceptar sus condiciones. Los líderes europeos han hecho lo obligado y tampoco se trata de demonizar a la «Pérfida Albión» y despotricar sobre su deslealtad o juego sucio. Los británicos han actuado con coherencia. Ellos nunca han creído en esa Europa con la que muchos seguimos soñando y si han apoyado la expansión alocada de la UE, es porque sabían que eso hace imposible la unidad política. Si concebimos Europa como un mercado, quizá haya motivos para aplaudir que en 2004 entraran de golpe 10 nuevos miembros, en 2007 se incorporaran Rumania y Bulgaria y ahora se sopese abrir la puerta a otros cinco, entre los que está la enorme, problemática e islámica Turquía, pero si imaginamos Europa como una comunidad de valores, principios y libertades, coincidirán conmigo en que la hemos pifiado. Desde 2005, por delante de China y de EE UU, la economía de la UE es la más grande del mundo, pero el brillo de las cifras oculta una triste realidad. La Europa de los 28 es mucho menos homogénea, solidaria, justa y prometedora de lo que era la de los 16 o los 12. Estábamos mucho más cerca de cristalizar el sueño de unidad en 1986, cuando se produjo la adhesión de España y Portugal, de lo que estamos ahora. Y la culpa es nuestra, porque cuando se adoptan decisiones clave, la proclividad ha sido siempre optar por la Europa de los mercaderes.
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