Política

El sueño, la pesadilla y los sonámbulos

La Razón
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El verano, bien aprovechado, se convierte en un tipo de duermevela en el que el sueño o la pesadilla están a punto de irrumpir cotidianamente. El ejemplo más claro se retransmite a diario desde el Congreso de los Diputados, sede de la gran frigoría nacional. Y levántese la independencia levantisca o la que medre, como si sale el sol por Antequera o no. La canícula mesetaria ha ido subestimándose desde que atrasaron a septiembre la penúltima etapa de la Vuelta en Ávila. El sopor está siendo terrible. Entre el sueño y la pesadilla se atisba una investidura en minoría; un regalo, según las crónicas parlamentarias. Por eso, a Mariano Rajoy le queda como un guante el siguiente fragmento del escritor romántico S. T. Coleridge: «Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí y si, al despertar, encontrara esa flor en su mano, ¿entonces, qué?» Eso mismo se preguntará Rajoy, aparte de cómo leches se las va a aviar para seguir los Juegos con los horarios cariocas. El verano es un auténtico sopor, por mucho que los acontecimientos se hayan desbocado día sí y día también. En esta época, uno no sabe muy bien si duerme o está en la vigilia. El termómetro obliga. A veces cunde el síndrome de aquel pueblo antiguo citado por Plinio, el de los cimerios, que no había soñado nunca. Borges sostenía que nuestro Quevedo tampoco lo había hecho. España se encuentra en un estado de sonambulismo que tiene en vilo a los psicoanalistas. El anhelo de todos es que haya investidura, salga siesta o duermevela. El anteriormente mencionado Coleridge dejó escrita una revelación: en la vigilia, las imágenes inspiran sentimientos; en el sueño, los sentimientos inspiran imágenes. Otras elecciones serían la pesadilla.