Luis Suárez
El Toisón de Oro
Nos estamos acercando a la fecha en que un muchacho de dieciséis años, llamado Carlos, que ni siquiera sabía hablar castellano, tendría que asumir el gobierno de la recientemente restaurada Monarquía española. Es una oportunidad para aprender lecciones que en estos momentos revisten importancia capital. Es significativa la coincidencia en el nombre con aquel que calificaran de Magno y que la Unión Europea ha escogido también como referencia. Carlomagno fue coronado emperador la noche de Navidad del año 800 por el Papa; una ceremonia que habría de repetirse por última vez en Bolonia el 24 de febrero de 1530.
El Imperio carlovingio se restaura, usando el calificativo romano, en el preciso momento en que Beda y luego un anónimo monje mozárabe emplean el calificativo europeo para designar a la nueva comunidad instalada en el extremo occidental de las inmensas tierras entonces conocidas. Pues bien –y ahí tenemos el elemento fundamental en la obra de aquel monarca que se numeraba como primero en España y quinto en Alemania–, lo que él pretendía era construir Europa o acaso destablecerla, un siglo después de que se la definiera como suma de cinco naciones, Italia, Alemania, Francia, España e Inglaterra, en las que se albergaban reinos y principados de diversas formas administrativas aunque con un rasgo común: le convivencia en una libertad de la persona humana que se hallaba por encima de las obligaciones económicas o vasalláticas de dependencia. En la época de Carlos V la servidumbre había sido definitivamente suprimida, lo que no sucedía en las tierras situadas al otro lado de las fronteras de su Imperio..
¿Qué es Europa?, podían entonces preguntarse cómo lo hacemos también nosotros. Desde luego no se trata de un simple mercado común como ahora parece insistirse ni una entidad en torno a una moneda única desprovista de valores reales; tampoco una simple comunidad de estados. Con preferencia se la llamaba entonces Cristiandad ya que comportaba el reconocimiento de ciertos valores morales que se encuentran en los cimientos del cristianismo. Para explicarlo, Carlos convocó en febrero de 1531, en Bruselas precisamente, una Asamblea del Toisón de Oro dentro del espíritu de la caballería que dominaba entonces todas las dimensiones de la sociedad. El Toisón no debe confundirse con las Ordenes Militares que proporcionaban a sus miembros rentas por sus encomiendas. Otorgaba únicamente honor que es el que proporciona buena fama. Entrar en él significaba adquirir un compromiso en la conducta. Algo que los políticos de nuestros días debían conservar. Nos ayuda a comprender las raíces del cambio que ha experimentado finalmente Europa: para nuestros políticos lo importante es el poder, con las remuneraciones que conlleva. Y eso del honor no debe ser tenido en cuenta. Me estoy expresando con dureza. Pero hace apenas unos días nuestro Rey lo ha recordado claramente en la reunión periódica de la nobleza; la mayor parte de los allí presentes no debían su título simplemente a la herencia dentro de una jerarquía, sino al comportamiento.
Aquí tenemos la enseñanza clave. Nobleza es precisamente la dimensión que necesitamos para la consolidación de esa Europa que en 1947 dio el paso de gigante de suspender las guerras que durante siglos arruinaran su suelo. Y, como con insistencia nos explica el Papa Francisco, tenemos que colocar por encima de todo el comportamiento. He ahí un error en que han incurrido los partidos; buscan eficiencia en sus miembros sin comprender que muchas veces ésta tiende a colocarse al servicio de ellos y no de los demás. Y surge el escándalo, que siembra la confusión en los ciudadanos y provoca al final resultados en las elecciones que no tienen pies ni cabeza. Los egoísmos políticos de nuestros días que hacen del poder la meta esencial de su tarea, tratan de hacernos olvidar aquello que judíos y cristianos enseñaron durante siglos: en el ser humano hay una imagen y semejanza de su propio Creador.
Volvamos a lo que Carlos trataba de explicar en aquella Asamblea del Toisón. Vivía Europa uno de sus momentos más peligrosos pues se enfrentaba, como ahora sucede con un fuerte fundamentalismo islámico. Los otomanos habían cambiado las reglas de su propia religión y se sabía que, acuciados por los éxitos logrados en Sarajevo, Belgrado y Bucarest, preparaban un formidable ejército para apoderarse de Viena y abrir así la puerta por donde pudieran penetrar los camellos. Carlos estaba preparando a los suyos para salvar a Viena. Muchos nobles españoles, incluyendo al duque de Alba acudieron. Una vez, paseando por las calles de la hermosa ciudad, me preguntaba a mí mismo que hubiera sido de Europa si los tercios españoles, en más de una ocasión, no hubieran acudido a salvarla.
Pero volvamos de nuevo a ese tiempo pasado. En estos días de agobio en que las democracias «populares» tratan de retornar, importa mucho poner atención a la conducta, ser «noble», como se dice aún en la lengua corriente cuando se trata de indicar que una persona se comporta de manera ejemplar. Sin esa nobleza, que nada tiene que ver con el color de la sangre, Europa se destruirá a sí misma retornando a niveles de conducta que por desgracia ya hemos experimentado. Estamos levantando un artificio de poder. Confieso que la palabra «podemos» no me complace; parece indicarnos la intención de imponer a los demás nuestra propia voluntad sin tener en cuenta sus valores.
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