César Vidal
Elefante en una cacharrería
Si algo ha dejado de manifiesto el primer periplo mundial del presidente Trump es la enorme diferencia entre los pensamientos de millones de norteamericanos medios y la realidad política mundial. Trump, mal que les pese a muchos, llegó a la Casa Blanca porque decía y, al parecer, cree lo que piensan muchísimos de sus conciudadanos. La NATO es quizá el ejemplo más claro. Concebida como una alianza militar destinada a cercar a la URSS varios años antes de la creación del Pacto de Varsovia, la NATO ha seguido existiendo y ampliándose después del desplome soviético asegurando así que Estados Unidos mantenga la dirección de la geo-estrategia del continente europeo. De hecho, los gastos de la NATO son diez veces superiores a los que Rusia dedica a defensa, por lo que habrá que concluir que o los rusos tienen poderes sobrenaturales que justifican ese despliegue de recursos o se pretende algo más que defender a Europa de la más que improbable intervención del Kremlin. Esto resulta tan evidente que demócratas y republicanos por igual no han pretendido jamás que Europa pague la parte alícuota del gasto de la NATO y no lo han pretendido porque saben que Europa aporta el terreno para las bases militares y los silos de armamento nuclear aparte de ser el posible campo de batalla y la primera que se llevaría los bofetones en caso de una –¡Dios no lo quiera!– confrontación bélica. Sin embargo, Trump no es demócrata ni republicano. Es un hombre del pueblo llano convencido de que la política de Estados Unidos sólo se mueve por impulsos generosos e idealistas y, por lo tanto, lo menos que podrían hacer los europeos es rascarse el bolsillo en la parte que les corresponde. Su visión no resulta extraña porque en pocos lugares he visto gente más noble y de-sinteresada que en Estados Unidos. Pero una cosa es lo que anida en el corazón de ciertas personas y otra, la realidad. Al irrumpir en Europa como un montador de Detroit o un granjero de Arkansas, Trump ha llevado a recordar, por un lado, que, salvo polacos y estonios, la mayoría de los europeos no vería con pesar la desaparición de la NATO y de las bases militares norteamericanas; y por otro, a preguntarse si la Unión Europea no debería ser más independiente de Estados Unidos. Lo dicho: un elefante en una cacharrería.
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