Estados Unidos
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Creíamos que internet obsequiaría al mundo con un panorama informativo más plural, enriquecido por la abundancia de firmas. Pero Farhad Manjoo, del New York Times, tiene malas noticias: «Si estudias las dinámicas del movimiento de la información en internet, casi todo conspira contra la verdad». Siempre hubo ilusos persuadidos de que a Kennedy lo asesinó Sam Giancana, Castro o el KKK, pero gracias a la miríada de plataformas cada cual elige los relatos que mejor alimenta sus prejuicios. Yonqui del ego, amas a quien confirma las alucinaciones y rechazas por aguafiestas al que osa discutirlas. Solo así se explica que pueda ganar las elecciones Donald Trump, que aterrizó en la arena política asegurando que el presidente Obama nació en Kenia y es musulmán, y que enterró a su principal rival en las primarias republicanas, Ted Cruz, con el psicotrónico argumento de que el padre del senador conoció a Oswald y fue cómplice del magnicidio. Su fortaleza deriva de su resistencia a la verdad. Día a día, semana a semana, Trump inventa rumores, deforma hechos, da por buenas las difamaciones de medios alérgicos al contraste y, en general, hace el ridículo con tal vehemencia que sorprende que a estas alturas no haya sido elegido presidente vitalicio. Trump coincide en el tiempo con la prosperidad de unas infectas webs pseudoinformativas y el triunfo del tuitero valiente, el Facebook concebido como una corrala donde compartir las ocurrencias más peregrinas y esas cadenas de mensajes que periódicamente asaltan las redes para que ayudes a rescatar a un perro inexistente o averigues el paradero de un niño apócrifo. Manjoo recuerda el informe publicado en 2015 por investigadores del Colegio para Estudios Avanzados de Lucca, en Italia. Uno de sus autores, Walter Quattrociocchi, sostiene que vivimos en un ecosistema digital donde la verdad carece de valor, «y todo lo que importa es aquella información que encaja con tu punto de vista». Así, dice Manjoo, la sobreabundancia de imágenes del 11-S, lejos de erradicar las teorías conspirativas, las alimenta, por el sencillo procedimiento de elegir las más convenientes a la tesis del paranoico. Todavía peor: «La mentira se ha institucionalizado», y así existen páginas cuya única finalidad pasa por fabricar trolas, pues «al igual que las noticias reales, las noticias falsas también son ya un negocio». Tal que los recalcitrantes acólitos de una secta, los partidarios del disparate resisten las contradicciones parapetados en un victimismo que opera como búnker. El Gobierno miente, las instituciones están podridas, el sistema es un paquidermo controlado a distancia por manos invisibles, los medios convencionales mecen la cuna del poderoso y cualquier dato, por incontrovertible que parezca, es opinable y gaseoso. Manjoo también cita a Caitlin Dewey, reportera del Washington Post que mantuvo una columna semanal dedicada a rebatir los desatinos que florecen en internet. Caitlin cerró el kiosko en 2015, abrumada porque sus refutaciones estimulaban «el sentimiento de alienación e indignación de la gente». ¿Información o reportajes? Bah. Queremos marcha, jaleo y rock and roll, y en vez de periodistas, directores espirituales.
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