Julián Redondo

Empieza la Liga otra vez

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Que no cunda el pánico y que la sensatez de Carlo Ancelotti prevalezca sobre agoreros, cenizos y derrotistas: «Eran veintidós victorias consecutivas. Antes o después tenía que llegar la derrota». Exacto. En Mestalla, un campo difícil, arisco, tosco, más enemigo que adversario desde que el Madrid descubrió allí un caladero que sólo ha servido para hacer más rico al Valencia, que dilapió fortunas, y para transformar un territorio aliado en un lugar hostil e inhóspito. El Madrid no es bien recibido a orillas del Turia. El colmo es que el público, puesto a chillar, protesta a Isco, la luz, cada vez que toca la pelota, en lugar de pedir cuentas a los técnicos y directivos que no creyeron en él y le vendieron al Málaga por siete millones. Eso es ojo clínico.

El partido empezó divinamente para el Madrid que, aunque no conseguía zafarse de los marcajes, tampoco sufría en defensa y se adelantó de penalti. Diego Alves, un parapenaltis, se acercó hasta Cristiano cuando colocaba el esférico e intentó impresionarle. Ronaldo ni se inmutó, cogió carrerilla y lanzó por el lado contrario al que se tiró el portero. Ventaja al cuarto de hora; Casillas, inédito, y la marca de «CR7», subiendo (26). Tampoco parecía descabellado encadenar la vigésimo tercera victoria consecutiva... El revés no amilanó al Valencia ni a Nuno, que tenía una fe ciega en su equipo y en su estrategia: correr hasta reventar, no dar un balón por perdido, desactivar el juego combinativo madridista, aislar a Ronaldo y que no le llegara una pelota en condiciones, estar encima de Benzema y de Bale, tapar a Kroos y molestar a James. Tácticamente, un 10. El plan empezó a funcionar cuando empató Barragán, de carambola, y culminó con el cabezazo de Otamendi. Termina el partido y la Liga empieza otra vez.