Ely del Valle

Esperanza de mayo

Ha sido el primer año en que no estaba, pero se ha convertido en la protagonista. No lo puede –o no lo quiere– evitar. Esperanza ha vuelto a ser en el alma de una fiesta abarrotada en la que, a pesar de todo, se palpaba un cierto aire de sobriedad porque el personal no está para aspavientos ni para corrillos con proliferación de risas.

Dice la ex presidenta, aprovechando que la medalla de oro de la Comunidad de Madrid pasaba por su solapa, que no está a favor de subir impuestos, y con ello le lanza un mensaje, no sólo a los suyos, que presumían de ello antes de que la realidad y la Merkel les pusieran los pies en la tierra, sino también al resto, que ahora reniega de aquella gloriosa frase de Zapatero de que bajarlos era de izquierdas: el PSOE quiere recuperar, entre otros, el de patrimonio, e Izquierda Unida sigue clamando por la fritura fiscal de los ricos a los que, por otra parte, no termina de definir, a lo mejor porque alguno –muchos– de los suyos entran dentro del concepto.

Apuesta también Aguirre por adelgazar la Administración Pública mediante la supresión, el recorte o incluso la privatización de todos aquellos organismos superfluos, cosa razonable aunque harto difícil porque no está el empresariado para meterse en compras de alto riesgo. El coloso tiene sobrepeso y su desplome amenaza escombros con riesgo de más cadáveres haciendo cola en el INEM.

Por lo demás, González se estrenaba con soltura como promotor del evento; Cifuentes subrayaba la inoportunidad de los gritones de turno –poquitos pero con buena voz– que intentaron montar el pollo durante el desfile, y Gallardón hacía acto de presencia impregnando el acto de cierto aire de día de la marmota. El resto, ya saben: a darle al canapé.