Esplendor y decadencia

Las investigaciones que se están llevando a cabo en torno a los comportamientos del antiguo presidente brasileño Lula da Silva reflejan, con nitidez, que la política, también la internacional, tiene sus tiempos. Lo que en el pasado se observaba con admiración y respeto puede transformase, más adelante, en posiciones de rechazo y repulsa. Lo más significativo es que lo que está sucediendo a los principales líderes del Partido de los Trabajadores de Brasil deja entrever las dificultades por las que atraviesa el país carioca en los últimos años. En buena parte, el esplendor que se reflejaba en el orden internacional y los logros de una potencia regional como Brasil se han visto disminuidos no sólo por los casos de corrupción sino, también, por la continuidad de una concreta política económica y la toma de determinadas decisiones en el concierto regional. Brasil se ha alejado de los focos sobre los que se proyecta, en la actualidad, el desarrollo económico y social en el área latinoamericana. La política de Itamaraty, siempre prudente y muchas veces acertada, no se percató de que hace tan sólo cuatro años se estaban produciendo cambios relevantes y que los países latinoamericanos apostaban por una nueva etapa en sus relaciones mutuas. El debilitamiento de las posiciones políticas en la región, que se iniciaron a primeros del siglo XXI, han abierto un espacio para nuevas relaciones de cooperación en las que Brasil no asume el papel de protagonista. Brasil sigue siendo, no obstante, un punto de referencia inexcusable en una realidad latinoamericana cada vez más dispersa y fragmentada. En los próximos años se abrirán, muy probablemente, nuevas perspectivas en las relaciones entre los países latinoamericanos, basadas en un marco político muy diferente al que ha primado hasta ahora. Brasil tendrá que optar y, con seguridad, por cambiar buena parte de su política latinoamericana, si quiere continuar siendo protagonista central en el conjunto de las relaciones de cooperación en la región.