Estilo

Son detalles, pero como dijo Stendhal, eso es precisamente lo que somos y de lo que estamos hechos. Es curioso como para reivindicar ciertas cosas y reafirmarse en otras, algunos sienten la imperiosa necesidad de desnudarse o, en una variante más comedida, de cambiar y prescindir de sus ropajes, entre el desprecio, la ignorancia y la impostura, que como terna prometen.

Hace días, el compañero de trabajo de una amiga sufrió una crisis nerviosa y comenzó a quitarse la ropa compulsivamente hasta quedar completamente desnudo. El médico de la empresa les explicó que no es un trastorno sino una alteración de la conducta que puede ser síntoma de una patología psiquiátrica. Lo mismo le pasó a un profesor de Matemáticas de la Universidad de Michigan cuando, superado por una crisis de ansiedad, se desnudó completamente en clase, delante de sus alumnos. Quizá algo parecido es lo que sufren algunos representantes políticos que insisten en acudir a determinados actos conmemorativos, como la celebración del Día de la Constitución, en mangas de camisa remangadas hasta el codo, sin corbata y en zapatillas de deporte, ignorando lo que dijo Bette Midler, que con el calzado adecuado, uno puede gobernar el mundo. Una vestimenta estupenda si uno va al cine o de picnic con la parienta, pero quizá no tanto si donde se acude es a un acto institucional. Me recuerda cuando algunos actores acudían a la ceremonia de los Goya vestidos con una camiseta raída, vaqueros rotos y con unas greñas capilares de impresión que definían como estilo propio, y que no tardaban en desechar cuando acudían a Hollywood y, entonces sí, se ponían sus mejores galas. El estilo dice mucho de uno, más que la forma de vestir, como bien sabe el presidente de Bolivia, Evo Morales, que aparcó su jersey de lana de los primeros días en el poder, la famosa «chompa», por un traje con el pectoral de oro en el inicio de su tercer mandato. Para Jean Cocteau, el estilo era una forma simple de decir cosas complicadas. Va a ser eso.