Alfonso Ussía
Estoy donde estuve
Estoy donde estuve y donde estaré. Me han llamado decenas de personas esta mañana para decirme que Federico Jiménez Losantos me ha puesto a parir por el artículo en defensa de la Infanta Cristina. No puedo responderle punto por punto porque no oigo la radio. No tengo esa costumbre. La he hecho durante decenios, y sólo formo parte de la audiencia radiofónica cuando estoy en un estudio. Además, que conozco a Federico y me consta que es un buen hombre, con el que felizmente he colaborado cuando trabajaba en la COPE. Me siento afortunado con mi pasado radiofónico. Manuel Martín Ferrand, Luis Del Olmo, Carlos Herrera, Federico Jiménez Losantos y Ernesto Sáenz de Buruaga. De todos guardo formidables recuerdos, y un efímero estallido de iracundia no es suficiente para perder un amigo.
Sé dónde estoy y dónde estaré. Quizá esa seguridad en la ubicación es lo que me distingue con más aristas de Federico. Por poner un ejemplo. Me consta que me ha puesto a caer de un burro, pero ignoro en qué medio, o en qué programa, si en el suyo o en Intereconomía. Me duele, conociéndolo, que haya terminado apoyando una empresa a cuyo principal accionista concedía, años atrás, un escaso valor. Sucede con frecuencia cuando los grandes comunicadores, y Federico lo es sin ningún género de dudas, creen que pueden ser también poderosos empresarios. Gracias al profundo conocimiento que tengo de mi persona, mi supervivencia se establece en las colaboraciones. No soy un emprendedor. Y le deseo, de corazón, que supere todas las dificultades.
Federico Jiménez Losantos es un poderosísimo comunicador. Sabe de Literatura española como pocos. Surgió de los fríos pobres y desolados de un pueblo de Teruel. Militó en la izquierda extrema, y dejó de hacerlo por la acumulación de decepciones que padeció. Federico Jiménez Losantos, aún para sus mayores detractores y enemigos, merece un respeto permanente. Por defender, junto a Amando de Miguel, la enseñanza del español en Cataluña, fue secuestrado por un grupo de terroristas catalanes, algunos de los cuales hoy se sientan en el Parlamento, atado a un árbol y herido en una pierna con un disparo de pistola. Fue fundamental en el éxito de «Diario 16» como mano –ya derecha– de Pedro J. Ramírez y es columnista fundador del diario «El Mundo». Pero su éxito está en la radio, que aprendió junto a Antonio y Luis Herrero, y que domina con su gran brillantez y su capacidad para transformar, a primeras horas de la mañana, a un hipotenso en un hipertenso al borde del patatús. He estado dos años con él en el estudio y doy fe de ello.
Pero tiene sus obsesiones y sus intereses. No oculta lo que odia, y considera un agravio lo que no encaja en sus esquemas y sus atrabiliarios excesos verbales. Por eso es temido, amado, defendido, combatido y odiado. Por mi parte siempre le dejé muy claro que no aceptaría en mi presencia insultos gratuitos al Rey. No por la persona del Rey, sino por el significado del Rey en la maraña de ambiciones, resentimientos y deslealtades históricas que proliferan en España. Su saldo es abrumadoramente positivo. Además, tengo todo el derecho a creer en la Monarquía y defender en España a su Rey siendo español. O espero tenerlo.
Federico cree que hablo con el Rey, que recibo mensajes de la Casa del Rey y que estoy en contacto con La Zarzuela. Se equivoca mucho. No he hablado con el Rey en años, no tengo contactos con La Zarzuela y no acepto mensajes. Defiendo mi verdad. Si por ello Federico me insulta, allá él con su conciencia. Le divertirá saber que, personalmente, el Rey siente mucho más recelo hacia mí que hacia él. Estás perdonado, Fede.
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