César Vidal

Eugenio IV, o el esfuerzo ecuménico

Eugenio IV, o el esfuerzo ecuménico
Eugenio IV, o el esfuerzo ecuménicolarazon

había nacido en Venecia y se llamaba Gabriele Condulmaro. Elegido el 3 de marzo de 1431, durante el concilio de Constanza, adoptó el nombre de Eugenio IV. Desde el principio, sobre otros planes y problemas, su principal interés, su gran ilusión, fue traer a la obediencia a la sede romana a todas las iglesias cristianas existentes. A la sazón, un proyecto semejante significaba un paso que trascendía del orden espiritual para adentrarse en el geo-político. De hecho, el papa Eugenio IV pensaba que así resultaría más fácil ofrecer resistencia al despiadado empuje otomano, que, procedente de Asia central, ya había clavado sus estandartes en suelo europeo y se preparaba para lanzarse al asalto final sobre Constantinopla, la capital del imperio bizantino. Su primer y mayor éxito tuvo lugar a los ocho años de sentarse en el trono pontificio. Así, durante la celebración del concilio de Ferrara, logró que la iglesia ortodoxa griega aceptara la autoridad papal. Ese mismo año, la Iglesia armenia aceptó también someterse a la sede romana. Pero no terminó ahí el proceso ecuménico. En 1442, la Iglesia copta, que desde hacía siglos era el lugar de encuentro de los cristianos egipcios aceptó unirse a Roma. En 1443, la Iglesia siríaca –que había dado primitivas traducciones de la Biblia y que contaba con una liturgia en un dialecto de la lengua que habló Jesús– dio el mismo paso. Todavía en 1445, las iglesias caldea y maronita, es decir, por utilizar un lenguaje comprensible en la actualidad, iraquí y libanesa, aceptaron también la supremacía romana. Hubiérase dicho que, finalmente, el Papa iba a ver coronado por el éxito su proyecto ecuménico. No fue así, entre otras razones, por la fuerza de las armas. En 1444, las tropas turcas asestaron una derrota pavorosa a los cruzados que se enfrentaron con ellos en Varna, Bulgaria. La unión de las iglesias se disolvió entonces con extraordinaria rapidez. El 23 de febrero de 1447, Eugenio IV exhalaba el último aliento abrumado por el pesar de ver fracasado su plan de unificación eclesial bajo la sede romana. Seis años después, los turcos entraban en Constantinopla y reducían su sueño a cenizas.