Perú
Europa
La palabra sabia del profesor Luis Suárez Fernández ha despertado, en este diario profundamente español, el eco de uno de los problemas de mayor enjundia en los planteamientos del ser real de Europa: la identidad, que en rigor se centra en la unidad, esencia constitutiva del pensamiento en torno a la Monarquía, como el árbol de Raimundo Lulio (1232-1316) representa en el mundo de saberes el ser y la naturaleza, lo más puro y acendrado de las creencias religiosas del Humanismo que, desde San Agustín, señala la justicia como el máximo necesario creado por el hombre para el bien común. Esto, sin tener en cuenta las mudanzas de fortuna, señaladas por el teórico medieval fray Íñigo de Mendoza, porque la lucha con ella -la Fortuna- inevitablemente se plantea a impulsos del gusto de las épocas. No se puede olvidar a los monarcas de la unidad de España, a los que exaltaba fray Íñigo de Mendoza, teórico de la política de los Reyes Católicos. Ensalzaba que quisiesen solventar «las quebraduras de nuestros reynos de España», con una política de disciplinamiento, en un rehacer constante del propósito de unidad, al tener como objetivo principal, precisamente, la identidad de todos los pueblos de España.
La unidad de los límites de la Nación española, conseguida por la Monarquía, así como el saber y la palabra de la Universidad, dio el fruto espléndido del Siglo de Oro. La caída del Imperio romano produjo la división tripartita del Mare Nostrum y la emergencia de la Sociedad Cristiana Occidental de las tres monarquías: española, franca y anglosajona. España continuó siendo foro de antagonismo religioso e inductora, bajo la orientación de cinco reinos, de la unidad religiosa, subrayada por fenómenos fortalecedores de la unidad de las estructuras, de cuya interacción alcanzará la consistencia cultural, la coherencia social y, en fin, sobre el cimiento religioso, la unidad política del Estado nacional, sustentado por pensadores como Rodrigo Sánchez de Arévalo, el gran historiador general Juan de Mariana (S.I.) y el pensamiento de los hombres del Nuevo Mundo, que nunca perdieron la orientación europea y, por el contrario, supieron expresar el sentido profundo de lo americano en la unidad del género humano, dando a conocer con una intensidad digna, al menos de encomio, cuanto podía brindar la naturaleza americana para ser integrada en la gran dimensión de la occidentalidad.
Como ha escrito el gran pensador español Julián Marías, la Corona de España, con un gran poder de convocatoria, es el símbolo de la unidad espiritual del mundo hispánico. Advierte el ilustre pensador de la «Antropología metafísica» que la unidad importante de la España peninsular con la América se aprecia de modo extraordinario en la creación de universidades y ciudades, en especial de las dos grandes sedes virreinales –Nueva España y Perú–, donde han brillado las fortalezas doctas de la Universidad Pontificia de México y la no menos importante Universidad de San Marcos de Lima, que fueron y son luminarias de Historia, Ciencia, Literatura, Teología, Derecho y Medicina, dando origen a lo que Julián Marías denominó, con acierto infinito, «trasplante» e «injerto», que fue, a su vez, inicio de los reinos del «Orbe Novo», como denominó el historiador y humanista Juan Ginés de Sepúlveda los enormes territorios continentales e insulares de América, que en los siglos XIX y XX dio origen a la doble entidad espiritual del Hispanoamericanismo español, y al Hispanoamericanismo americano, como una corriente impetuosa y crítica coincidente en religión, cultura y saberes humanísticos. Y dio también lugar a la publicación de una obra memorable, de una idea puesta de manifiesto por el eminente humanista venezolano Arturo Uslar Pietri y llevada a cabo por el catedrático español y gran americanista José Manuel Pérez-Prendes, siendo Secretario General del Instituto de Cooperación Iberoamericana, del cual era Presidente Luis Yáñez Barnuevo y Vicepresidente, Inocencio Félix Arias. «Iberoamérica, una comunidad» fue el sugestivo título dado a los dos espléndidos volúmenes, donde participaron los americanistas de ambos Hemisferios, como una auténtica sinfonía en la cual destaca, sobre todo, el acuerdo crítico e incisivo acerca de cuantos factores han originado esa realidad comunitaria que, desde finales del siglo XV, se formó en ambas riberas oceánicas: «un vasto conjunto, en muchos sentidos único y que continua su evolución», como afirma, en una espléndida introducción Arturo Uslar Pietri, ante la inminente ocasión de la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento por España de la Quarta Orbis Pars.
Cuando Julián Marías escribe sobre el «injerto» concluye que el mayor y más importante de los frutos producidos fue la misma América de habla española; espléndida realidad del mundo occidental surgida de las Columnas de Hércules a impulsos del Humanismo de Luis Vives, Francisco de Vitoria y otros grandes del pensamiento.
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