Brexit
¡Europa nos roba!
¡Acabáramos! Resulta que este último «arreón» de campaña electoral no va a estar sólo marcado por los vetos del «dialogante» Rivera, gran repartidor de salvoconductos de honradez sin mácula y campeón de la «marianofobia». Ni por la tan provechosa como opaca conexión bolivariana de Podemos, ni por Bárcenas, ni por las «incomodidades» frente al portero de la selección De Gea de un Pedro Sánchez al que algún asesor debería pellizcar sin piedad cuando profiere según qué oportunistas afirmaciones. Será también un término foráneo y una encrucijada exterior, aunque no nos sea en absoluto ajena, lo que reclame su cuota de protagonismo en este tránsito final hacia el 26-J. El Brexit, acrónimo que abraza la salida de Gran Bretaña de la UE frente a su permanencia, opciones a ventilar en el referéndum de este jueves, transforma el vello de los socios comunitarios en auténticas escarpias y el escalofrío recorre –y de qué manera– la región lumbar de España, uno de los grandes beneficiados durante décadas de los dineros y del impulso político de la UE y, por ende, uno de los principales damnificados si se inicia el camino hacia la atomización. Los candidatos a La Moncloa –algunos vienen haciéndolo más que otros– habrán de agarrar el miura de un Brexit que de salir triunfante no sólo afectará negativamente a la economía, sino que –y esto es lo peor– abrirá la veda del efecto dominó que tanto ansían unos euroescépticos trufados de los elementos más nocivos en la historia de Europa, los populismos y los extremismos. Hoy además se añaden elementos como la amenaza del terror yihadista que estarán encantados con una Unión en desbandada.
Puede que incluso ganando la permanencia en la Unión el daño ya esté más que hecho. Los partidarios del Brexit apelan en realidad al manual de todo nacionalista, y aquí en España sabemos un poco de ello. Apelan a esa épica del «braveheart» contra la que es tan difícil luchar, máxime cuando los proyectos se engarzan en torno a los argumentos del pragmatismo económico frente al relato sociopolítico con alma y corazón, algo que a Rajoy le suena como a nadie.
Si se mira el bolsillo, a los británicos les conviene seguir en la UE, pero eso no siempre es suficiente. Cataluña y otros ejemplos demuestran lo rentable que es para algunos jugar con los sentimientos colectivos, revolver las vísceras para obnubilar el cerebro. Cantinelas muy repetidas y medias verdades que aquí bien conocemos tienen su innegable equivalencia en el puntual caso británico. «España nos roba», «los bancos nos roban», «los políticos nos roban»... «Europa nos roba» con su ejército de funcionarios de Bruselas y hombres de negro a los que –otra manipulación– nadie ha elegido directamente en las urnas. Lo recurrente siempre es señalar a los males que llegan de fuera y desempolvar el «sancta sanctorum» de pasadas glorias imperiales, pero Drake y Nelson ya no están y David Niven ya no precisa, como en «55 días en Pekín», de perdonar la vida a chinitos; ahora son estos los que mandan.
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