Alfonso Ussía
Fabuloso morreo
El repaso parlamentario de Mariano Rajoy a Pedro Sánchez ha sido clamoroso. Le ha dado por el norte, por el sur, por el este y el oeste. También por el nordeste, el noroeste –que es su viento, el gallego–, por el sureste y el suroeste. Se rehacía Sánchez de cada bofetada dialéctica, y cuando había recuperado la color, le venía otra, y otra y la de más acá, y la de más allá. Lástima que esa brillantez parlamentaria la haya desaprovechado Rajoy para defender su gestión política. Escribo mientras habla el catalán de «Podemos», que se acaba de besar en la boca con Pablo Iglesias. Leeré la intervención de Rivera, que responderá más al estalinista que a su socio Sánchez y Rajoy. Lo mejor de Pablo Iglesias, el morreo a su catalán. Un acto de valentía, ahí, a la vista de todos, y muy especialmente de su compañera de hecho actual y de su pareja anterior.
Decía Ava Gardner que el actor que mejor besaba era Charlton Heston, cuando se superaba la primera impresión, que te besaba un caballo. Hay besos que han pasado a la Historia. El de Red Buttler a Scarlett O´Hara, y el de esta misma al marido de su prima, que la O´Hara era de beso fácil. John Wayne besaba de cine, y Humphrey Bogart. El beso más desdichado del cine español se lo endosó Antonio Ozores a Alfredo Landa. La actriz a la que tenía que besar Ozores desayunaba con ajo para mejorar su circulación sanguínea. Y Antonio era muy suyo para los ascos. Así que madrugó, y le propuso al director de la película, su hermano Mariano, otro grande, que el beso a la actriz que olía a ajo se lo diera Alfredo Landa, que para algo era el protagonista. Mariano arregló el guión en un pispás y al llegar Alfredo Landa al plató le dio la mala noticia. «El beso se lo darás tu». Y a Alfredo Landa le duró el enfado varios meses.
Con independencia del repaso de Rajoy a Sánchez y la vergonzosa prédica guerracivilista, siniestra, vengativa y deleznable de Pablo Iglesias, que aún no se ha movido de lo que no conoció, la gran imagen del Debate de Investidura no es otra que el morreo populista. Hay que escribir del dichoso debate porque es la noticia del día, pero en realidad, lo más destacado fue el morreo de la pareja de barbilampiños, que uno y otro manejan barbas de poca densidad, de vello lacio, y ese detalle ha podido ser el que ha acuciado a uno y a otro hacia la culminación del ósculo hociquero. De ser Íñigo Errejón, que besa a Rita Maestre, no estaría tranquilo sentado en el escaño inmediato al de Pablo Iglesias, porque el beso es muy particular, y si gusta, determina otro tipo de tormentas. Por otra parte, la intervención de Iglesias fue infame e indigna de un Parlamento en el siglo XXI.
El debate, por otra parte, carece de interés. Es como sentarse ante el aparato de televisión para ver en diferido un partido de fútbol que terminó con un empate a cero. Ha sido interesante el repaso de Rajoy a Sánchez, porque todos intuíamos a un Rajoy en trance de derrota y surgió un Rajoy desconocido, al menos desconocido en los últimos cuatro años. Iglesias principió su farsa recordando a Puig Antich, pero no tuvo piedad con las víctimas de la ETA. Para esos españoles asesinados por los amigos etarras –amigos de Iglesias, quiero decir–, y que suman casi novecientos mártires entre hombres, mujeres y niños, ni un recuerdo. Sí a Puig Antich y no a Grimau, suegro del gran Gabriel Albiac, detenido por la Policía gracias a las pistas que, desde su exilio parisino, proporcionó Santiago Carrillo. Que no sólo mantiene calle en Madrid después de ser el responsable de más de 5.000 asesinatos en Paracuellos del Jarama, sino de disidentes del PCE que estorbaban su mando y su futuro. Grimau, especialmente.
Pero todos son detalles de valor limitado al lado del morreo. Los rusos se besan en la boca. Pero con la boca cerrada. Ahí está la diferencia.
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