Agustín de Grado
Falsos samaritanos
Descubrir a los enemigos de la libertad emboscados en la buena voluntad de la gente para desarrollar sus proyectos liberticidas no es nuevo. Ya en el año 341 antes de nuestra era, Demóstenes intentaba abrir los ojos de los atenienses sobre las pacíficas intenciones de Filipo de Macedonia. «Se cubre con la palabra de paz mientras se entrega a actos de guerra», les decía. Que una familia cercada por la crisis pueda perder su casa y quedarse en la calle sin más, es motivo justificado para la solidaridad colectiva. Y para buscar soluciones desde la política. Pero vamos descubriendo estos días cómo la espontánea movilización ciudadana ante un drama humano está siendo secuestrada por intereses subversivos que se extienden como reguero de pólvora en la yesca del descontento aventado por la crisis. Amparados en la coartada samaritana, pretenden dinamitar los pilares de la democracia liberal: el respeto a la propiedad, la seguridad jurídica y la representación política. Junto a tanto corazón generoso, Doris Benegas, abogada de Stop Desahucios, candidata en las marcas blancas de Batasuna y amiga de Otegi, no esconde sus intenciones: «Esperamos dar el golpe final a este Estado opresor». El diario «El País» cedió una contraportada al actor Alberto San Juan para explicar cómo: «Tirar las vallas del Congreso y liberarlo, porque está secuestrado». Si no fueran frases de una abogada «solidaria» y de un actor progre censuraríamos el golpismo intolerable que representan. Sin medias tintas. Sus carreras estarían arruinadas. Nos conformamos con catalogarlas como esas cosas de los anti-sistema. Genial la viñeta de Borja Montoro hace unos días en LA RAZÓN: «Antisistema no soy, tengo uno...» ¡Vaya si lo tienen! Y da miedo. Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas, advirtió Churchill. Aquí están ya. Aporreando las puertas de quienes democráticamente nos representan.
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