Cine
Familia picassiana
«Esta familia es un cuadro de Picasso». Es la sincera definición que hace de su propia familia el personaje de Robert Downey Jr. en la magnífica película «El Juez». Invita a pensar y a indagar en el árbol genealógico propio para decidir si asirse de la rama de quienes preguntan exasperados quién demonios inventó la familia, o de la cepa de aquellos legendarios payasos de la tele, capitaneados entonces por Miliki, que repetían machaconamente que no hay nada mejor que la familia unida.
La familia siempre ha dado mucho que hablar y, desde luego, que escribir. Mario Puzo ya nos iba poniendo en aviso en su novela «El Padrino», cuando un Michael Corleone advierte a su hermano Fredo que nunca se ponga del lado de alguien que fuera contra la familia. Aunque viendo cómo terminó la familia en cuestión, no parece que sirviera de mucho el consejo de quien presumía haber luchado toda su vida por defender a su familia. Recuerdo que mi abuela siempre desconfiaba de aquellos que presumían de parentela. Según ella, tanto presumir suele esconder algo, y no siempre bueno. Las situaciones límites ponen a prueba la familia, bien sea por una borrachera de éxito, soberbia, envidia o ambición. Da igual que la familia en cuestión sea de una institución política, social, religiosa, financiera o mediática: todas siguen un mismo patrón en el proceso de destrucción.
El crimen de cuatro miembros de una familia en Pioz, una localidad de Guadalajara, nos estremecía hace unos días y lo hace aún más cuando nos cuentan que el posible sospechoso podría estar en la misma familia. Si nos impactan tanto este tipo de noticias es porque en el fondo, o no tan en el fondo, todos idealizamos tener una familia, a poder ser normal, más cerca de la idea de Michael Landon que a la de Michael Corleone. Como decía la novelista estadounidense, Jane Howard , «llámalo clan, llámalo grupo, llámalo tribu, llámalo familia. Llames como lo llames y seas quien seas, necesitas una». Sí, la necesitamos. A poder ser, una familia unida, como cantaba Miliki, aunque sea para destrozarla, como decía mi abuela.
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