Cataluña

Fantasmagoría catalana

La Razón
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La política catalana del Gobierno se ha convertido en una fantasmagoría, una alucinación en la que lo que existe no se reconoce y en la que el fracaso se exhibe como éxito. Digámoslo con claridad: si la vía emprendida en la anterior legislatura –consistente en fiarlo todo a la actuación retardada de los tribunales– no dio el resultado apetecido, la acometida en los últimos meses –basada en el equivocado principio de que a los nacionalistas hay que hablarles con suavidad para no herir sus sentimientos, como si éstos fueran una fuente de derechos– tampoco ha mostrado mejores frutos. En ambos casos, hay una protagonista, la vicepresidenta del Gobierno, a la que atribuir tales reveses, aunque no por ese motivo haya dejado de contar con el apoyo de Rajoy.

Lo sucedido en esta semana no deja de ser significativo. Arrancó el asunto con unas confusas declaraciones del delegado del Gobierno en Cataluña en las que se señalaba que «hay contactos a todos los niveles» con los nacionalistas, tratando así de avalar eso que se ha denominado como «política de diálogo». Enric Millo también sugirió que había algún tipo de conversaciones secretas o discretas que estarían dando frutos. Inmediatamente, el honorable Puigdemont lo negó, aunque tres días después se filtró que se había reunido en enero con el presidente del Gobierno. Este último ni confirmaba ni desmentía, mientras de alguna parte salía la idea de que tal noticia tenía su base en una supuesta diatriba entre el PDeCAT y ERC. Entretanto, Xavier García Albiol salía a la palestra para decir que de tales coloquios no había nada de nada y, de paso, asentar con rotundidad la idea de que, por parte del PP catalán, «no hay ningún tipo de propuesta para compensar la celebración de un referéndum». Para liar aún más las cosas el ministro de Economía declaró a COPE que, más allá del trasiego administrativo de los asuntos ordinarios, no hay contactos con la Generalitat. Y, de momento, cerró todo este enredo Soraya Sáenz de Santamaría descalificando en el Senado al mandatario catalán por no haberse ganado el puesto en unas elecciones y estar apoyado por la CUP, mientras recalcaba que «Cataluña es mucho más que la Generalitat».

Mientras todo esto ocurría, la escalada verbal y fáctica de los independentistas continuaba su curso. El director de comunicación del Govern se descolgaba con la propuesta de creación de un ejército de 24.000 efectivos en Cataluña con la finalidad de acabar con «tres siglos de dominación militar de España», recibiendo el aplauso de la Juventud Nacionalista de PDeCAT. La senadora Cortés, de ERC, acusaba en su presencia al presidente Rajoy de haber organizado una conspiración contra Cataluña, una especie de GAL dedicado a las «malas artes, las cloacas del Estado, los dosieres falsos, los periodistas comprados y las recompensas con fondos reservados». Y así, suma y sigue. Es evidente que la «operación diálogo», mal planteada y peor ejecutada, no está sirviendo para nada y que el peligro de la secesión se acrecienta.