Sevilla

Fastidiar al prójimo

La Razón
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Los componentes de la chirigota «Los Yesterday», republicanos y grifotas, describieron en un cuplé el belén viviente al estilo hippy que decidieron montar: «Dejamos a los Reyes fuera y metimos pa’ dentro a los tres camellos...». Aunque era el milenio pasado (1999) no ha pasado tanto tiempo desde que en España se podía ser irreverente e incluso corrosivo sin que cada opinión sobre cada nimio detalle supusiese la excavación de una trinchera ideológica. «Los pastores gritaban: quiero a María, mucha maría». Apenas tres lustros después, un extraterrestre que pasease por cualquier localidad andaluza durante esta semana adivinaría el partido que gobierna su ayuntamiento con sólo un vistazo a los adornos navideños. Del mismo modo que Émile Zola lamentó que había «una manera monárquica y otra republicana de contar la muerte de un perro atropellado», existen variantes socialistas, populares, bolivarianas, prosoviéticas o mixtas de iluminar las calles comerciales en diciembre. En Sevilla, por ejemplo, la ranciedad propia de la tierra impide las abiertas agresiones a la tradición católica que se perpetran en lugares como Marinaleda, pero el alcalde, Juan Espadas, sabe a quiénes debe su bastón y para contentarlos, ha plantado un símbolo inequívocamente fálico en la Plaza del Salvador, epicentro de la mayor zona de concentración mundial de pesebres. En el otro extremo, los ediles conservadores se han despojado de cualquier atisbo de modernidad y desafían al más elemental buen gusto con una sobredosis de angelotes y pan de oro capaz de empalagar a un compositor de villancicos. Una manifestación frecuente del cainismo consiste en ser feliz a costa de disgustar al otro. «Tengamos la fiesta en paz», nos aconseja el refranero. Ni por asomo: aquí somos más de fastidiar, con jota, al prójimo.