M. Hernández Sánchez-Barba
Federalismo
En 1787 los padres fundadores de los Estados Unidos de América del Norte dieron fin a la Constitución; un documento construido y discutido para una república pequeña de cuatro millones de habitantes, cuya escritura cabe en el tamaño de un folio, que en el año 2014 continúa siendo la más antigua Constitución escrita, siendo aún la Ley fundamental para una potencia industrial, tecnológica y política.
A pesar de su brevedad, ofrece un prodigio de diseño, «una definición de principios con elasticidad en los detalles», como dijo James Bryce, construida comunitariamente en 1783 cuando se firma la paz que pone fin a la guerra de independencia y en el acto se ponía en vigor la puesta en marcha, la recomendación a los estados de que fueran discutiendo y redactando constituciones estatales, como hicieron todos, excepto Rhode Island y Connecticut, siguiendo el pensamiento dieciochesco de limitar los derechos políticos a los propietarios. Simultáneamente se producen cambios en las estructuras; el más significativo consiste que ya no puede ser exclusiva para gente del litoral debido al establecimiento en el interior de varias capitales de Estado: Richmond, Albany, Harrisburg y Columbia, que se corresponden, respectivamente, con Williamsburg, New York, Philadephia y Charleston.
La idea de escribir una Constitución existe desde 1776, cuando se forma el «Comité de los Trece» para redactar un proyecto; después de un mes de debates, presentan un borrador con el título de «Artículos de la Confederación», casi todo obra de John Dickinson, que él mismo bautizó con exactitud como «una liga de amistad», demostrativo de la fuerza hacia la definición de una autoridad centralizada. Los artículos, que no la definen, no obtuvieron la necesaria aprobación hasta noviembre de 1777. Estuvieron en vigor ocho años, hasta 1789, durante los cuales los estados sólo tuvieron la apariencia de un Estado nacional, pues dieron escasa importancia a la Unión y se sumergieron en sus propios asuntos; la fragmentación de la organización de cada uno de los estados, sumidos en lo inmediato, mientras el Congreso Continental fue adaptando símbolos y lemas nacionales: bandera nacional de estrellas y barras, el águila de cabeza blanca ocupando lugar en el Gran Sello de los Estados Unidos y, en fin, el lema nacional «E pluribus unum» junto con la diosa Libertad en distinción de monedas.
En septiembre de 1786, representantes de cinco estados reunidos en Annapolis propusieron «idear otras provisiones... para la Constitución del Gobierno federal». El Congreso pidió a los estados el envío de delegados «para revisar los Artículos de la Confederación». Se reunieron en la Cámara legislativa de Philadelphia del 25 de mayo al 17 de septiembre de 1787, todos menos Rhode Island; un total de cincuenta y cinco delegados. Una reunión de hombres inteligentes y relativamente jóvenes, con una media de cuarenta y tres años. Sólo seis habían firmado la Declaración de Independencia en 1776. Fue elegido presidente, por unanimidad, George Washington y de modo inmediato alcanzaron dos acuerdos importantes: mantener secretas las deliberaciones para evitar presiones externas y, en segundo lugar, aunque sólo tenían autoridad para revisar los Artículos de la Confederación, acordar una Constitución completamente nueva, con un punto de acuerdo unánime: fortalecer el gobierno central. Se encargó un borrador de Constitución a James Madison, presentado por su compañero de Virginia, Edmund Randolph. Con inteligencia, realismo político y buen sentido común se aprobó la Constitución que ha resistido la prueba del tiempo. En el debate de la ratificación destacó un grupo, los federalistas, como se denominaban ellos mismos.
Después de la Convención Federal de 1787, tres grandes personalidades políticas, Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, se dedicaron a la tarea de ratificar en Nueva York la Constitución protesta. Su estrategia consistió en la publicación de ensayos cortos en la prensa de la ciudad, exponiendo los valores de la Constitución: «The Federalist». Trataba de explicar las virtudes del federalismo e influir en la elección de delegados. Era, pues, informativo, pero también una incitación a que el mecanismo constitucional afrontase la relación efectiva entre un poder central fuerte, de modo que la soberanía del Estado pudiera tener peso en la política nacional, y, sobre todo, en la política internacional.
Discutida durante cuatro años y ratificada por todos los estados, radica la soberanía, el tesoro, las fuerzas armadas en un poder central, en equilibrio con las regiones que sustentan sus propios problemas, con dos cámaras: Senado y Cámara de Representantes. Un Ejecutivo fuerte constituía la firme creencia indispensable para el nuevo Gobierno y un cargo presidencial con una investidura de dignidad semejante a las monarquías europeas y considerado con simplicidad «Presidente de Estados Unidos». La ley judicial de 1789 estableció un sistema jerárquico de tribunales y, en el vértice, el Tribunal Supremo, que anularía las leyes estatales que violasen la Constitución Federal.
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