Paloma Pedrero
Fiesta de hombres
La mayoría de las fiestas populares de este país nuestro son bastante brutas. Poniéndome fina diría que son espacios «de la furia y el ruido». La mayoría, además, están pensadas para la diversión de los hombres. El caso más claro son los Sanfermines en Pamplona. Fiesta, conocida internacionalmente gracias a la pasión de Hemingway, en la que las mujeres son sólo comparsas del gran acontecimiento: correr delante de un grupo de toros bravos sin que te corneen, demostrando estilo y hombría. De hecho es un evento en el que ellas sólo animan, miran y esperan. Supongo que las habrá que disfruten viendo el peligro de sus «héroes», que de todo hay, pero creo sinceramente que ese toque arcaico tiene poco que ver con el verdadero goce de las féminas.
Este año ha saltado la alarma de lo que ocurre después y antes, cuando ellos con la adrenalina, la testosterona y el alcohol a tope, celebran con ellas su «victoria». Y abusan, toquetean y fuerzan a satisfacer su prepotencia machista. Lo que ha ocurrido siempre.
Las tradiciones, por mucho que lo sean y por muy arraigadas que estén en nuestra memoria emocional, han de ser cuestionadas, revisadas, mejoradas, como nosotros mismos. No es una cuestión de prohibiciones y castigos de la autoridad competente.
Ha de nacer de nuestras propias entendederas. De nuestra conciencia. De nuestro reconocer que no puede existir fiesta con injusticia. Y que una fiesta en la que nuestras esposas, hermanas, madres, amigas no puedan participar en igualdad de condiciones, no es una verdadera fiesta.
Lo digo desde aquí a sabiendas de que muchos se me echarán encima. Pero yo seguiré sin callarme ante los desatinos. Creyendo que podemos transformarlos.
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