Cristina López Schlichting
Franco y el Valle
Antes de la caída del Muro la visita de la Plaza Roja de Moscú incluía la momia de Lenin. Era un señor cerúleo, perfectamente conservado como un muñeco, apañado con traje y corbata negros, muy presentable en su propio espectáculo. Siempre había colas. Lo que en principio fue una exaltación de los valores comunistas fue derivando en curiosidad y morbo. Llegado el momento, el cuerpo fue retirado.
Acostumbrada a Lenin, no me escandaliza un cambio en la tumba de Francisco Franco. El Valle de los Caídos es una gran obra de ingeniería y arquitectura, y esculturas como las de Juan de Ávalos merecen una visita sin matices políticos. El monumento constituye una presentación grandiosa del dictador. No creo muy complicado encontrar un sepulcro digno para Franco. Sería hermoso convertir el Valle de los Caídos en un espacio de exaltación de la hermandad entre españoles. Buscar los testimonios de los que en la época de la República, la Guerra Civil o la Dictadura se esforzaron por abrazar al del bando contrario. Nuestros Schindler. Hay casos de directores de checas que salvaron a nacionales del paseíllo, ateos que protegieron a católicos perseguidos, curas que ayudaron a rojos, gente de Franco que tras la guerra testificó a favor de republicanos. De este modo podríamos llevar a nuestros hijos al Valle de los Caídos y hacerles sentir orgullosos de ser españoles, además de enseñarles a tender puentes. El problema de la discusión sobre el cadáver de Franco estriba en que transparenta el deseo de enconar las diferencias, en lugar de superarlas. Muchos políticos actuales, obsesionados con las encuestas y con ganar cada cuatro año las elecciones, se preocupan más por atacar al contrario que por mejorar la sociedad con proyectos que nos unan y cohesionen. No contribuye tampoco la simplificación histórica, cuando no la falsificación. Presentar la guerra española como la lucha entre los demócratas buenos y los golpistas rastreros es obviar el hecho de que España estaba partida en dos en los años treinta. Los españoles no tenemos toda la culpa de la Guerra Civil. Nuestro país fue el campo de batalla de los fascismos y comunismos europeos. Alemania fue indudablemente nazi y Rusia, claramente comunista. Pero España fue un campo de batalla entre los dos bloques totalitarios. No es verdad que se eligiese entre libertad y fascismo. Aquí sólo se pudo elegir entre franquismo y soviet. Susto o muerte. Durante casi cuarenta años nos quedamos sin Plan Marshall ni ayuda. Nuestros padres se mataron a trabajar en el pluriempleo para proporcionarnos un nivel de vida digno y un horizonte esperanzador. Hasta que Eisenhower no vino a España en 1959, la tormenta no empezó a despejar. Después, muy lentamente se levantaron barreras y se nos permitió incorporarnos a Europa. Ahora que hemos alcanzado la plena homologación con el resto de Occidente en términos políticos, sociales y económicos, ¿no sería posible dejar el esquema fratricida? Yo quiero otro Valle de los Caídos, pero no una reedición cultural de la Guerra Civil.
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