César Vidal
Fuera se está mucho peor
En medio de la crisis económica que no termina de remitir, de manera creciente han vuelto a escucharse las voces de aquellos que insisten en que la situación de España sería mucho mejor si saliera de la Unión Europea o, al menos, del euro. No hace falta que insista –a la vista está– en que los que sostienen tan peregrina tesis no tienen ni la idea más mínima de economía y, por añadidura, se ubican en los sectores más montaraces y cerriles de la izquierda y de la derecha. Es cierto que unos preferirían la implantación del régimen bolivariano mientras que los otros añoran la cruzada contra el turco, pero ambos destacan por su anacronismo deplorable y su ignorancia supina. La entrada en la Unión Europea y la subsiguiente incorporación al euro constituyen dos de los hitos más afortunados de la reciente Historia contemporánea. No se trata sólo de que España lograra escapar de un aislamiento que nació de las malhadadas aventuras de la Contrarreforma. Además regresó al ámbito que le corresponde. Cuestión aparte es que los sucesivos gobiernos hayan sabido aprovechar las oportunidades a su alcance. No todos los fondos europeos se han administrado bien; no todas las políticas económicas han ido encaminadas a acrecentar nuestro papel en Europa; no todos los presupuestos se han ajustado a los criterios obligados para los miembros del gran club. En resumen, los deberes no se han realizado siempre con la debida diligencia, pero la culpa no es del centro educativo sino del atolondramiento, la vagancia o la irresponsabilidad de los obligados. La alternativa a la pertenencia a la Unión Europea es verdaderamente pavorosa y más con nuestro actual endeudamiento. Para los que desean tener la máquina de imprimir billetes y sumir al país en nuevas formas clientelares la posibilidad resultará atrayente y lo mismo sucederá con los que desearían convertir España en un Tibet cultural como si reinara Felipe II. Autarquía y cartilla de racionamiento son opciones inaceptables. O España permanece en el seno de la Unión Europea –que no tiene un futuro fácil obligada a competir con los Estados Unidos y con los BRICS– y lo hace con todas sus ineludibles consecuencias o se verá reducida a un papel minúsculo –más todavía– en el mapamundi. Justo el que ha padecido por unos y otros desde que en sus territorios comenzó a ponerse el sol. Justo el que cualquier persona que no sólo ame a esta nación sino que además sea prudente y sensata desea evitar.
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