Restringido

Fui forastero

La Razón
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Un fantasma recorre el mundo, el del populismo harapiento, y en una de sus manifestaciones más evidentes cambalachea con los prófugos de la guerra. Sorprende poco en Europa, que discute un vergonzante acuerdo con el sátrapa Erdogan mediante el cual Turquía ejercerá como portero de la finca a cambio de jugosas sinecuras en Bruselas, pero deprime contemplar el auge del avispón en EE UU.

El «The Wall Street Journal» publicó en febrero una fotografía que explica hasta qué punto el país del «melting pot» va camino a la locura. La imagen exhibe a varios seguidores de Donald Trump durante un mitin. En primer plano, un individuo con chaleco reflectante y casco de albañil exhibe un cartelón con mensaje inequívoco: «Estoy listo para trabajar en el muro». ¿El de Berlín? ¿El que protegería a la dinastía en Ming de los nómadas mongoles? ¿El de Mordor y la torre de Barad-dûr frente la Comunidad del Anillo? No, el que día sí noche también promete Trump, ingeniero en jefe de caminos, canales y puertos: «Voy a construir una gran muralla –y nadie construye murallas mejor que yo, créame– y voy a hacerlo a muy bajo costo. Voy a construir una gran muralla, en nuestra frontera sur, y voy obligar a México a pagarla». No tiene alternativa, pues «el Gobierno mexicano expulsa a sus habitantes más peligrosos a Estados Unidos. Criminales, narcotraficantes, violadores, etc». Semejante delirio, que debería de incapacitarlo como candidato, constituye el ADN de su discurso y podría llevarlo a la Casa Blanca. Su atractivo, el del lado oscuro, crece gracias a la depresión económica de unas clases medias zurradas por la crisis y al miedo a que entre los refugiados sirios, otro de los mascarones en la proa de unas primarias psicóticas, circulen camufladas hordas de yihadistas. Arrollados por la euforia de un Trump que venteó primero las posibilidades de convertir a los inmigrantes en guano, sus rivales compiten por emular a Marine Le Pen. Ted Cruz promete expulsiones masivas y Marco Rubio ratifica su disposición a cenarse, con clips y todo, el proyecto de reforma de las leyes de inmigración que él mismo elaboró en 2013. El único hombre sensato, Jeb Bush, trató de no dejarse cegar por la elocuencia racista de sus rivales y ahí lo tienen, vapuleado y fuera de la contienda.

Los monstruos de los treinta nacieron entre soflamas chauvinistas. Bebieron de las incertidumbres de la gente. De su codicia y su predisposición a cerrar los ojitos ante el horror a cambio de un plato de lentejas y un concentrado barato de autoestima. No parece casual que hoy también ganen cofrades los hooligans de la antipolítica, nacionalistas de toda ralea prestos a agitar el estandarte étnico, idiomático y comarcal y el miedo al extranjero. Interesante que en la refriega dialéctica los campeones de un fariseísmo que exhibe músculo en cuanto huelen cámara olviden con facilidad automática los cimientos de nuestra civilización. «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis». ¿Les suena? Tal vez, pero prefieren tachar de blando al que protesta y advertir de que la patria corre peligro.