Alfonso Ussía
Furibunda paella
Todos sabemos lo que sucedió el sábado en la calle de Ferraz. Más socialistas en la sede que en la calle. En el interior, se consumó la tragedia de Sánchez y los suyos. En el exterior, la militancia insultó a los socialistas críticos y se mostró grosera y reducida. La militancia de Sánchez es leal, pero el sábado se escapó de fin de semana. No obstante, un centenar de miembros de la militancia activa sí acudió a la llamada del militante en trance de expulsión. «Dimito». No, Sánchez. Le han expulsado. Si pretende vestir la mona con la dimisión, que es una acción voluntaria y no sujeta a presiones ni coacciones, me parece bien. Resulta mucho más agradable llegar a casa y anunciar «he dimitido», que abrir la puerta del hogar con el jipido puesto y la voz entrecortada: «Me han expulsado». Por ahí no hay problema y si Sánchez me ruega que identifique su situación como una dimisión, no tengo inconveniente.
Entre la militancia de la calle, destacaron por su indignación algunos miembros de Podemos, es decir, pertenecientes a otra militancia. Eran los más enfadados. Y un grupo de ancianos, como el que escribe, se las tuvo tiesas con la Policía y los servicios de seguridad del PSOE. Y para mí, que la indignación de la militancia en la calle no provenía de la expulsión de Sánchez. La cosa tiene miga, pero sobre todo, arroz. La militancia se enfadó porque no fue invitada a compartir la paella. Se encargó un arroz para doscientas sesenta personas, y los ochenta de la militancia –incluidos los de Podemos–, también querían su ración de paella. Y con sobrada razón. La militancia siempre ha sido muy aficionada a comer de gorra. Recuérdense las fiestas del PCE en la Casa de Campo. Carrillo se lo comentó a uno de sus delfines. «Con esta militancia, arrasamos en las elecciones». No supo distinguir entre la militancia y los gorrones, entre ellos el que escribe, que acudió a la fiesta del PCE disfrazado de progre y se zampó varias raciones de sardinas asadas, tan buenas como las de la «Panchica» del muelle de pescadores de San Sebastián. El PCE de la Santa Transición reunía a decenas de miles de personas, y todo se ofrecía gratis. Pagaban el fiestorro los millonarios del PCE, formado por un grupo de comunistas de salón al mando de Teodulfo –Fufo–, Lagunero. –Oye, Santiago, que una cosa es mi militancia y otra muy diferente que me obligues a pagar las sardinas-. Y la fiesta cambió de lugar con Anguita, no asaban sardinas y se escoñó la militancia.
Pero a ochenta miembros de la militancia –setenta del PSOE y diez de Podemos–, no se les puede olvidar cuando hay una paella de por medio. Donde comen doscientos cincuenta, con algo de moderación en el reparto de las raciones, pueden calmar su «gorronitis secularis» los militantes que se reunieron para salvar a su líder. Escasa fascinación por el detalle del mayoritario grupo anti-Sánchez, el bando vencedor. Se encarga un arroz para cuatrocientos comensales y la militancia se comporta con más educación y medida.
Hoy, lunes 3 de octubre, todos los españoles con un moderado interés por lo que sucede en España, saben que la reunión de Ferraz fue caótica, bochornosa y trepidante. Se dijeron de todo. Y no es bueno. El PSOE, ahora en manos de socialistas europeístas y constitucionalistas, tiene nervios y músculos para reponerse y recuperarse del desastroso Sánchez y sus acólitos, como Iceta y Maritxell, entre otros, partidarios del inexistente «derecho a decidir» si España se trocea o no. Hoy lunes –escribo el domingo–, la confianza en España se reflejará en el Ibex y los mercados europeos. Hoy, el PSOE, está en manos de los herederos de aquel PSOE que fue fundamental para el desarrollo de España y su estabilidad. Mañana, Iceta y Maritxell se aclimatarán al independentismo, López se acurrucará en el rincón de los oportunistas, y Sánchez, Luena, Simancas y compañía se difuminarán en el olvido. Cuidadito con Carmona, que puede ser el inmediato Alcalde de Madrid, lo cual no es motivo de gozo si olvidamos que Carmena dejaría de serlo.
Nunca jamás leña del árbol caído, que mucho hablar de la militancia y no se le ocurrió encargar paella para los ochenta militantes, diez de Podemos, que acudieron a defenderlo. El enfado de Podemos se entiende. Un PSOE serio, socialista y constitucionalista, puede terminar en pocos meses con el populismo del estercolero. Sánchez a la calle, y España aún convulsa, pero más tranquila desde la noche del sábado. Las cosas pasan así. En plena sierra de Andújar, ya en la noche, un búho real. Me miró, alzó el vuelo y supe que había más información que metáfora en su mirada. Le han expulsado de clase, Sánchez. O para no herirlo, le han obligado a presentar su dimisión. Y la militancia, sin paella. Pero liberada del ridículo.
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