Julián Redondo

Fútbol castigo

El remate de Tiago, que terminó expulsado, el paradón de Leno; el pepinazo de Spahic a la escuadra, que tembló la portería, el golazo de Çalhanoglu y una sucesión de balones aéreos, descontrolados, sin que nadie fuera capaz de domar el cuero. La calidad del partido, a partir de malo podía ser muy malo o un Bayer-Atlético. Infumable. E inaudito en el caso rojiblanco, como si aquel 4-0 en el Calderón al Real Madrid hubiera sido un espejismo. El Atleti jugó al fútbol que dio gusto verle. Impresionante. Una semana después viajó a Vigo y en la playa de Samil desaparecieron los restos de un naufragio provocado por el Celta, dolor de cabeza que reapareció precisamente en Leverkusen, donde esa dolencia debería ser el menor de los males y el fútbol, qué pena más grande, fue un castigo. Tras el deprimente primer tiempo, ni una tortilla de aspirinas hubiese bastado para erradicar un malestar que en el caso del Atlético se prolongó hasta el final. Hubo que hacer cambios prematuros porque los alemanes entraban más al bulto que a la pelota. Las quejas atléticas en ese sentido huelgan. Simeone no es de los que se arrugan en el barro, tampoco sus jugadores; pero no salieron del lodo. El fútbol sobreexcitado de los muchachos del temperamental Schmidt impedía cualquier combinación visitante, y este visitante no destaca precisamente por el control o la precisión, es más proclive a la rifa, y el perrito piloto le tocó al Bayer. Un equipo que apenas ejecuta 60 pases óptimos no puede ganar. Por eso perdió, 1-0 y gracias.