Alfonso Ussía
Gafados
En aquel grandioso Real Madrid que se sostenía exclusivamente por los ingresos en taquilla; en aquel Real Madrid cuyo presidente, don Santiago Bernabéu, no pudo regalar a su mujer doña María un aparato de televisión en color; en aquel Real Madrid con la economía al mínimo y el rendimiento deportivo al máximo, se reunían cinco personas cuando se trataba de contratar a un nuevo jugador. Bernabéu, Saporta, Calderón, Domínguez y el director técnico. El vicepresidente Muñoz-Lusarreta, íntimo amigo de Bernabéu, no formaba parte de aquel consejo reducido. Como decía don Santiago «Paco no entiende de fútbol». A Saporta tampoco le interesaba el fútbol. Dormía la siesta durante los partidos dominicales que se celebraban a primera hora de la tarde. Pero fue el genio intuitivo que necesitaba don Santiago, y el creador de la victoriosa sección de baloncesto del Real Madrid. Se reunió el consejo de fichajes y todos coincidieron en la necesidad de contratar a un futbolista que jugaba en el Deportivo de La Coruña. Se llamaba –y se llama–, Amancio Amaro. No valía la opinión de uno, sino la coincidencia de los cinco miembros. –Si no nos adelantamos, Amancio jugará el año que viene en el Barcelona–.
Y se puso en marcha la máquina, nada poderosa por cierto. El Real Madrid no tenía el dinero que pedía el Deportivo a cambio de Amancio, y Bernabéu descolgó el teléfono y llamó al vicepresidente Lusarreta, el que no entendía de fútbol, su gran amigo. «Paco, vamos a fichar a Amancio y no tenemos dinero. ¿Nos lo prestas?». Y gracias al dinero de Muñoz-Lusarreta, Amancio llegó al Real Madrid y el Real Madrid le devolvió el dinero a Lusarreta. Sin intereses, claro.
Los grandes fichajes del Real Madrid «galáctico» son de Florentino Pérez, y me parece bien porque ha acertado. Zidane, Cristiano, Bale, Benzemá, Beckham, etc. Todos ellos, formidables jugadores y vendedores de camisetas. Ahora se habla de Lewandovsky, que es la pera limonera, para la temporada próxima. Pero fallan los fichajes intermedios y las renovaciones condicionadas por los chantajes de quienes son perfectamente prescindibles, como es el caso de Ramos. ¿Qué han visto los técnicos del Real Madrid en Danilo, en Lucas Silva, en Coentrao, en Illarramendi, –y aquí me la juego–, en Isco? Ninguno de ellos ha supuesto una ganga económica.
El irregular rendimiento del Real Madrid está íntimamente ligado a la vulgaridad de algunos de sus jugadores. Isco no es vulgar, pero su lentitud es nociva y su físico no soporta el esfuerzo de un resultado adverso. Isco es de segundos tiempos con el resultado favorable, y ahí puede ser un artista. Y lo de James no lo termino de comprender. Su mirada se ha entristecido y veo en ella lo que Antonio de Marcichalar escribe del duque de Osuna en su estupenda y pedante biografía: «Las venas con poca sangre, los ojos, con mucha noche».
El Real Madrid no acierta con su clase media. La clase media, como en la sociedad, es la que sostiene el tinglado. La que sabe que no alcanza la excelencia pero sin ella todo se desmorona. «Podemos» no apunta contra la oligarquía de sangre o de dinero. Su objetivo es eliminar a esa clase media que se creó –guste o no guste leerlo o decirlo–, durante el régimen anterior. En el Real Madrid la clase media no rinde, en tanto que en el Barcelona y el Atlético de Madrid es la eficaz colaboradora de sus grandes estrellas.
No estoy muy al tanto de quienes se encargan en el Real Madrid de otear, analizar y contratar a su clase media. La llamada «cantera», abundantísima, no contribuye apenas al primer equipo. Es una fábrica de estimables futbolistas para equipos medianos. Pero he sabido que el responsable se llama José Ángel Sánchez. Y claro, tiemblo cuando lo encuadro en la gafancia.
Ese ilustre y noble apellido de origen castellano, Sánchez, hijo de Sancho, últimamente está gafado. Y no sólo en el fútbol y el Real Madrid. Ustedes me entienden.
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