Alfonso Ussía
Gays guays y no guays
El llamado colectivo gay ha vetado al PP en la fiesta de su orgullo. Los del PP no son gays guays. A este paso terminarán prohibiendo a los militantes y simpatizantes del partido ganador de las elecciones la elementalidad de ser homosexuales. Años atrás se enfadaron con los gays de Israel, a los que retiraron su invitación. Precisamente a los de Israel, el único Estado de Oriente Medio que respeta la homosexualidad y ampara la libertad de sus practicantes. No pondrán impedimento alguno a los gays iraquíes o iraníes. Y me alegro de veras. Estos Estados de la Alianza de Civilizaciones y proveedores de fondos turbios a determinadas moraduras, cuelgan a los homosexuales de las grúas y en plaza pública. Ser gay en Irak o Irán no resulta tranquilizador. Se pasa del amor a la horca en un minuto. Y un año más, no se dejarán ver los homosexuales bolivianos. No los hay. El progresista y bolivariano Evo Morales manifestó públicamente que en Bolivia no hay maricas porque la culpa de la «desviación sexual» –eso dijo el individuo–, la tienen los alimentos que se consumen en los Estados Unidos y en Europa.
Por costumbre, cuando se celebra en Madrid esta cachupinada multicolor, me tomo unos días de vacaciones y abandono el Foro. Me repito, pero siempre es bueno y conveniente recordar lo que opinaba un genial homosexual, Luis Escobar, de la fiesta del orgullo gay: «Una vulgaridad, un asco y un insulto a quienes somos maricas de los de toda la vida». Rafael Neville, hijo del gran Edgard, tampoco llevaba su homosexualidad como un orgullo escénico. Así que paseaba por Sevilla, cuando un albañil que trabajaba sobre un andamio le afeó sus movimientos excesivos de caderas. –Adiós, pedazo de maricón–, le gritó con sutileza hispana. –Adiós, pedazo de arquitecto–, le respondió Rafael Neville, dejando al insultador con el ridículo en la paleta. También ha mostrado su disgusto por el espectáculo hortera y demoledor del orgullo gay, un escritor tan culto y valiente como Luis Antonio de Villena. No obstante, el actual Gobierno municipal de Madrid exhibe una bandera multicolor de los altos a los bajos de la tarta de Correos, invitando a los madrileños a participar y festejar ese orgullo tan raro. Porque tampoco supone un orgullo ser heterosexual. No hay motivos para sentirse orgulloso de ser gay o no serlo. Se entiende la inicial reivindicación de la homosexualidad en los primeros años de nuestra democracia. Durante el franquismo, la exhibición de la homosexualidad se castigaba aplicando a los que públicamente mostraban sus preferencias la Ley de Vagos y Maleantes propuesta y aprobada por socialistas y comunistas en el Parlamento de la Segunda República. Pero me temo, que aquella legítima y oportuna reivindicación, se ha convertido en un provechoso negocio. El homosexual no se siente ya ni perseguido, ni menospreciado, ni insultado en España. Es más, en algunos sectores su poder es casi omnímodo. No precisa de reivindación alguna porque está plenamente reivindicado. En la actualidad, si existen recelos por una opción, esos desaires caen sobre los heterosexuales, a los que se califica de machistas, retrógrados y demás lindezas. La homosexualidad, masculina y femenina, debe ser tomada con absoluta naturalidad como la heterosexualidad en ambos sexos. Pero no es una cuestión de orgullo ni una excusa para el espectáculo. Con todo el respeto que me merecen los homosexuales y la prudencia y medida que me recomiendan mis años, creo que la celebración del orgullo gay es una majadería. Muy rentable para muchos, más no por ello deja de ser una necedad.
Con una buena noticia de fondo. Al fin, el Ayuntamiento de Podemos ha adoptado una decisión, acertada o errada, según se opine. La colocación de la gran bandera gay demuestra que al fin, alguno de sus munícipes, ha pensado en algo y lo ha llevado a la práctica. Y el trabajo es algo que los madrileños siempre sabemos agradecer. Pero yo me voy. No soy ni gay ni guay.
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