Ángela Vallvey

Generoso

La Razón
La RazónLa Razón

El españolito tiene fama –bien merecida– de generoso. De compartir, dar, untar, donar, prodigar... Cuando se juntan unos amigos, discuten por ver quién paga primero, mientras que en otros lugares del mundo lo normal es abonar de forma religiosa, «a escote», cada uno lo suyo. La moda del «pucherito aparte» aquí no cuaja, ni crisis mediante. Los camareros, más allá de la vieja Iberia, incluso están acostumbrados a dividir la cuenta de una cena «para tres» en hasta «cuatro» tarjetas de crédito diferentes. Aquí, siempre costea la ronda el más generoso e impulsivo. Que, a veces, también suele ser el más pringado, dicho sea. Se dice que en los años cuarenta, cuando el hambre llenaba las tripas de los españoles, ocupando –eso sí– mucho más sitio que un buen potaje de garbanzos, la madrileña estatua de Neptuno, con su tridente en la mano, apareció un día con un cartel colgando que decía: «O me dais de comer, o me quitáis el tenedor». El que mucho invita y nunca es convidado, andando el tiempo se transforma en una especie de Neptuno con cara de lila, de molusco encebollinado.

En fin, que «dad y se os dará» es el lema del españolazo, a pesar de que, en la intimidad, luego rabie porque no recibe a cambio lo que esperaba, dado que su postura auténtica, real, suele ser, como diría una canción de Enrique Iglesias: «Si me das, yo también te doy». El «quid pro quo», en verdad, significa tomar una cosa por otra, de modo que algunos suelen confundir el «quid» con el «quo», y cuando se dan cuenta, llevan toda la vida convidando sin que nadie los invite a ellos. Pues la generosidad ajena no se puede predecir ni echando mano de un logaritmo de esos que presumen incluso de poder adivinar los números ganadores de la lotería. Así, a veces, quienes dan adquieren ante los que reciben una especie de obligación de seguir dando, y lo que empezó como remolona generosidad de libre elección, se convierte en deber y en exigencia.

Hay quien principia buscando el «do ut des» –te doy para que me des– y termina encontrando el «quid pro quo» –tomar algo por otra cosa diferente–, y cuando llega a la mediana edad se da cuenta de que lleva toda su vida afelpando el bolsillo de muchos jetas, sin obtener a cambio un simple «gracias».

Y eso fastidia cantidad, oyes.