Julián Redondo
Gestos
Las comparaciones son odiosas, sobre todo para el que sale perdiendo en el cotejo. La constante equiparación entre Messi y Ronaldo es una pesadez, pregunta recurrente para meter en un lío a quien no ande fino, y a Rafa Benítez le ha faltado cintura. Hace unos días, cuando Bale adquiría un protagonismo estelar en la gira australiana, le situó a la altura de Cristiano, James y Benzema para no alimentar celos. «Es difícil decir quién es el mejor», apostilló. El portugués, poco dado a compartir lisonjas, se molestó; Rafa ha reculado: «Cristiano es el mejor jugador del mundo». En tres entrenamientos ha batido otro récord al superar a los tres compañeros en el control de calidad del técnico. La rectificación de Benítez es un gesto que le pasará factura porque le debilita más allá de las cuatro paredes de la caseta. Una vez más, la absurda exigencia de magnificar la figura de Cristiano provoca un enredo innecesario. Lo cual no deja de ser una conjetura. Certeza es, sin embargo, que la UEFA ha dejado en evidencia a las autoridades españolas. Por el «uso de palabras u objetos para transmitir cualquier mensaje que no encaje con el deporte, concretamente políticos, ideológicos, religiosos, ofensivos o provocativos», ha sancionado con 30.000 euros al Barça porque una parte de su afición aprovechó la final de la «Champions» en Berlín para salirse de lo deportivamente correcto y mezclar «esteladas» con merinas. La cuantía de la multa es calderilla en el presupuesto azulgrana; pero la sanción es un gesto que debería ser ejemplar para los maleducados y para quienes, por no atreverse a cortar de raíz estas manifestaciones, han quedado a la altura del betún.
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