Julián Cabrera

Gozos y arrumacos

La Razón
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Le decía la semana pasada Soraya Sáenz de Santamaría a Pablo Motos en Antena 3 que «debe de ser una gozada gobernar con dinero». La frase de la vicepresidenta iba más allá de la evidente reivindicación de una gestión del Gobierno de Mariano Rajoy, que en materia económica se ha ganado el sobresaliente fuera de España –queda por ver si dentro consigue en justicia el aprobado– e iba más allá de la constatación de la llegada al poder hace casi cuatro años con las arcas llenas de telarañas, sin un céntimo de euro para repartir y con la ingrata labor de aplicar tijera.

Soraya ponía sobre la mesa de las hormigas un anhelo trufado de cierto pánico a la ingratitud de la política a propósito del camino libre de rastrojo en las cuentas del país que se va a encontrar el Gobierno resultante de la cita con las urnas el 20 de diciembre. Me recordaba la numero dos del Gobierno a aquellos alumnos aplicados y eficientes de antaño que no pudiendo pagarse los estudios suspiraban con un «debe de ser una gozada poder ir a la universidad». La frase más repetida de la vicepresidenta en ese programa, salvado su desinhibido y grácil baile, tenía algo de rictus de quien cae en la cuenta de que los positivos datos del FMI no son suficientes para afrontar con garantías unas elecciones generales a la vuelta de poco más de dos meses.

El termino «gozada» adquiría indicativas connotaciones. Casi simultáneamente, los de la tienda de enfrente, el líder socialista Pedro Sánchez y el ex presidente Rodríguez Zapatero, escenificaban en un acto público todo un repertorio de arrumacos y «pelillos a la mar» donde la palabra que más pudimos contar fue «afecto». Sánchez fue pionero en esto de acudir a programas televisivos de máxima audiencia para dar un salto en el aire y sin red, y junto a él un amplio elenco de dirigentes de los principales partidos, prolegómeno certero de lo que va a ser una precampaña electoral frenética en los platós de televisión. Es cierto que Sánchez en su momento se dio algo más a conocer y que Soraya le dio un innegable barniz de humanidad de la calle al Gobierno y a su presidente. Esas intervenciones no hacen daño a nadie, pero cabe reflexionar sobre la madurez que nuestros políticos le arrogan a una opinión pública que de aquí a las elecciones generales probablemente merezca algo más que gestos de cercanía «guay» después de años de penurias. Es cierto que las apariciones «desinhibidas» de los políticos se agradecen y mucho en democracias como la de Estados Unidos, pero no perdamos de vista que allí donde los presidentes y vicepresidentes aparecen bailando, tocando el saxo o indultando pavos por acción de gracias también se desarrollan los más abiertos, incisivos e inmisericordes debates electorales con los programas de Sanidad, Educación, inmigración, defensa o empleo sobre la mesa. Los platós están ahí para lo uno y para lo otro. Vengan, vengan a la «tele» a bailar...y a debatir.