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Grecia y el 15-M
Lo que más me impresionó en la Plaza Sintagma, donde Syriza celebró el triunfo en las elecciones griegas, fue el sonido de la música por los altavoces, repicando canciones revolucionarias suramericanas y cantos de partisanos. En español, en italiano. En un instante se me agolparon en la memoria tantas vivencias anteriores al 89, a la caída del Muro. Las «dachas» lujosas de los gerifaltes del partido comunista, que se pegaban la vida padre a orillas del Mar Negro, mientras los obreros se deslomaban por sueldos cicateros. La prohibición de viajar, de rezar en libertad, de comer plátanos o naranjas. Los rostros derrotados de los que, en 1956 en Hungría y en 1968 en Checoslovaquia, intentaron rebelarse y fueron aplastados por los tanques soviéticos. Las conversaciones con sacerdotes confinados 30 años en campos de reeducación albaneses. El asesinato de Popieluszko en un río helado de Polonia. Aquellos setenta años de mala memoria llegaron con las mismas promesas que ahora hacen Syriza y Podemos: quitar el dinero a los ricos para repartir entre la gente, devolver los medios de comunicación a las masas, hacer igualitaria la sociedad. Circunvalaciones para empoderar al «partido del cambio», o sea, a sus dirigentes. Lo que vino fue el Pravda, el periódico obligatorio; la imposibilidad de prosperar; la uniformidad social; el carné del partido; el control del pensamiento. El hombre es así, una fiera para el hombre. La única esperanza estriba en las sociedades plurales, donde a la censura de un medio replica otro medio con otros intereses distintos; donde un poder hace de contrapeso de otro; una empresa compensa la voracidad de otra y un lobby equilibra los excesos de otro. Las sociedades de partido hegemónico son una porquería. Lo ha demostrado la historia del Telón de Acero y lo manifiestan cada día las quejas de tantos venezolanos. Y ahora viene el 15-M y pretenden éstos festejar la liberación. Y contarnos que ideas tan viejunas como las de Podemos, tan antiguas como las del KGB, la Stasi, URSS y los países del Este constituyen una esperanza. ¿Cómo hemos olvidado tantos dolores, tantas injusticias? ¿Cómo es posible que canciones tan, tan, tan antiguas suenen modernas a los oídos de los más jóvenes? ¿Qué es lo que no les hemos enseñado? Todo lo que propone Pablo Iglesias ha sido probado y siempre con el horror como consecuencia. La suya es la teoría del bien propio frente al mal ajeno: la casta es mala, nosotros, buenos; el poder roba, nosotros regalaremos; la elite acapara, nosotros daremos. Con esa idea mataron a los zares e impusieron los koljoses. Conculcaron la ley y levantaron las checas. Cerraron la prensa capitalista y abrieron los ministerios de propaganda. Todo en nombre del bien. Todo en contra de los poderes financieros internacionales. Todo en nombre de todos.
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