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Greenwich

La Razón
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Cabe que los españoles no estén abducidos por la ardiente correspondencia amorosa entre Iglesias y Errejón sobre la metafísica del asalto al poder y las nóminas públicas, que acabará intelectualmente en «Sálvame», y sí preocupados por el regreso a la conferencia internacional de husos horarios de 1884 y el meridiano cero como referente, que pasa por el observatorio inglés de Greenwich y parte la Península Ibérica. Poner los relojes al sur de Europa debe preceder al relativo tope de las 18 horas p.m. para cerrar la persiana. Más que el horario de Berlín nuestra idiosincrasia individualista alimenta costumbres más africanas que anglosajonas. En Bruselas, capital de las burocracia europea, a partir de las cinco de la tarde sólo puedes ingerir mejillones con patatas fritas o personalizar tu ocio. En Estados Unidos es usual picotear el almuerzo extrayendo comistrajos de una bolsa de papel, en tu puesto de trabajo o en la acera. Ante mi extrañeza me convidaban los amigos a cenar en su casa a las seis de la tarde y a las ocho y media, aunque prolongara yo la agradable sobremesa, me llamaban delicadamente un taxi o me alcanzaban el sobretodo. El director general de una empresa con más de trescientos empleados, miles de trabajadores indirectos, facturación millonaria y beneficios netos, me ilustraba que si empezabas fresco el día a las ocho y cercenabas los estomagantes e inacabables almuerzos de trabajo en los que ni comes bien ni piensas claro, a las cinco ya sólo tienes tiempo para cometer errores. Si entre cinco y ocho horas de trabajo concentrado no puedes resolver el día es que no te sabes organizar y estás desorganizando a los demás. El «estajanovismo» es altamente improductivo como demostró el inútil deceso de Stajanov en su tajo. Me arrepiento de haber levantado la mesa a dos ministros; a uno le dije a las ocho de la tarde que me esperaban en mi periódico, lo cual era cierto, y otra se enojó porque arrojé la servilleta a las doce de la noche. Hasta me malicio que son muchos los que alargan la jornada por no regresar junto a un cónyuge revenido y unos hijos insoportable. El revés de la conciliación familiar. Si Fátima Báñez arregla este jardín tendremos más empleo temporal, que no será ominoso si implantamos la «mochila austriaca», original o mixta. Grenwich nos cambiará la vida más que el correo podemita o la bostezante travesía socialista del Mar de los Sargazos.