Política

Manuel Coma

Guerra al terror

Guerra al terror
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Guerra contra el terrorismo», se decía, no era un buen nombre, porque el terrorismo no es más que una táctica y no se hacen guerras contra tácticas. Sutilezas semánticas, porque es muy expresivo. El de «guerra larga» resulta anodino. Lo de cien o treinta años sólo se le pone después, pero Bush tuvo mucha razón al elegirlo. Lo mismo que él declaró en falso el fin de las operaciones militares en Irak en mayo de 2003, cuando no hacían más que empezar, Obama consideró que con Ben Laden en el fondo de los mares era hora de poner punto final a la guerra contra el terror, y pasar a otra cosa de mayor encanto, pero no pudo equivocarse más. Sus aviadores tienen ahora que volver a Irak, que quisiera haber dejado en el olvido excepto para fustigar a los republicanos, que están hoy casi tan aislacionistas como el presidente.

Su «buenismo» internacionalista le está ahora haciendo pupa y el 60% de los americanos lo considera débil en política exterior frente al 36% que aprueba su gestión en ese campo.

Pena es que los únicos motivos declarados sean proteger al personal americano y evitar una catástrofe humana. Lo primero es su obligación y lo segundo es excelente, pero ya se ha producido. Detenerla puede ser una buena razón para intervenir, pero escamotea, ninguneándolas, las de carácter estratégico. Una nueva irresponsabilidad de Obama respecto al exterior, una nueva manifestación de su incapacidad para comprender el mundo en que vivimos, su dinámica, tan ajena a los prejuicios ideológicos del hombre de la Casa Blanca, y los peligros que todo ello encierra y que se van manifestando semana a semana.

El yihadismo es la amenaza que no cesa, una hidra que levanta una cabeza tras otra y se expande continuamente. La policía que nos protege sabe bien el peligro que supone el enorme éxito del Estado Islámico en Siria e Irak, metastatizando ya en Líbano, Jordania, Turquía y hasta en Indonesia. Es un polo de atracción para los jóvenes islámicos europeos, de primera, segunda y hasta tercera generación, devorados por el celo de la sharia y el califato. Algún día volverán, plenos de experiencia y ansiosos de gloria.

Una de las novedades que supone respecto a Al Qaida, tronco del que procede, es que ha abandonado la teoría de que primero había que expulsar de las tierra de Alá al corrompido y corruptor Occidente, atacándolo y amedrentándolo en sus propias capitales. Ahora la prioridad está en los países musulmanes y sus peores enemigos son chiíes o regímenes no suficientemente puros y ortodoxos. Van muy deprisa. Hace poco más de un mes lo que estaban creando entre Siria e Irak no era todavía más que un «emirato», un principado, parte del imperio final que unificará políticamente a la umma, comunidad de los creyentes. Ya han dado el salto. Están ya en esa meta, el «califato». Pronto pueden sentir la apetencia de redondear sus victorias con una resonante hazaña en tierras de infieles, algo que emule y supere a su matricia Al Qaida.