Política

Pilar Ferrer

Guerra sin cuartel en UPyD: «Rosa se marchita en su jardín»

La Razón
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Autoritaria, ególatra y experta en purgas. Era lo mínimo que decían por los pasillos del Congreso los diputados críticos con Rosa Díez. Una auténtica batalla que ha dejado abierto en canal a UPyD, el partido fundado por la política vasca hace ahora ocho años. ¿Qué ha pasado para el deterioro de una formación con grandes aspiraciones y una líder que llegó ser la más valorada de España? Según dirigentes del partido magenta, varios son los factores que se arrastran desde hace tiempo y han aflorado con virulencia tras el descalabro electoral en Andalucía. Pero lo que nadie niega, incluso los más afines a Rosa Diez, es que su carácter y maneras personalistas de dirección, a veces escasamente pluralistas, son la clave del deterioro. «Cuestión de formas más que de fondo», aseguran al destacar la falta de empatía con votantes anteriormente muy fieles.

La guerra entre los llamados «rosáceos», afines a la presidenta de UPyD, y los críticos a quienes los primeros definen sin tapujos como traidores, se viene gestando desde hace meses. El primer episodio público fue tras las elecciones europeas, cuando el entonces eurodiputado Fernando Sosa Wagner censuró las maneras de dirigir el partido de Rosa Díez y abogó por la unión con Ciudadanos, de Albert Rivera. Aquello provocó furibundos ataques hacia Sosa Wagner, un hombre de prestigio, elegante y educado, a quien pusieron a caldo, precisamente muchos de los que encabezan el ala crítica. Entre ellos, Irene Lozano y Toni Cantó, dos «ojitos derechos» de la lideresa, ahora opuestos frontalmente a ella sin rubor. «Son los hijos que quieren matar a la madre», afirman en el entorno de Rosa como prueba de su traición.

La pasada semana, en el Congreso, la tensión llegó al máximo. En un restaurante cercano se produjo un almuerzo entre Irene Lozano, Toni Cantó y Álvaro Anchuelo, tres de los diputados díscolos. Decidieron plantar cara en el Consejo Político y pedir la dimisión en bloque de Rosa y de toda la dirección. Al tiempo, ella se paseaba por la Cámara en compañía de sus fieles, entre ellos Rafael Martínez Gorriarán y Andrés Herzog. A Gorriarán los críticos le llaman «el bulldog», por su fiereza canina al hablar y oponerse a la unión con Ciudadanos. Herzog es un acreditado jurista que lleva la querella contra los directivos de Bankia y despierta menos recelos. No obstante, su puesto como número dos lo consideran «un parche en falso».

Rosa Díez no ha sido nunca una política fácil. En su antiguo partido, el PSOE, y sobre todo en las filas del socialismo vasco la califican de «mercenaria». Recuerdan cómo fue Consejera de Comercio y Turismo del Gobierno Vasco bajo la presidencia de José Antonio Ardanza. «Entonces le hacía la pelota al PNV», dicen. Muy polémica fue su reacción ante el lema «Ven y cuéntalo», para promocionar el turismo en Euskadi, que el humorista Mingote publicó junto a una mujer asesinada por ETA. Díez reaccionó en contra y lo entendió como una agresión al pueblo vasco. Después, sería una gran fustigadora del nacionalismo y ella misma recibió un paquete bomba en su casa, que no llegó a estallar. Su enfrentamiento con el entonces secretario general del PSE, Nicolás Redondo Terreros, fue también sonoro y compañeros de aquella época afirman que nunca estuvo de acuerdo en abandonar el Gobierno vasco. «Bien que le gustaba la poltrona», añaden.

Pero esta «Pepita Grillo» de la política no se quedó quieta, fue eurodiputada y llegó a competir por la Secretaría General del PSOE con José Luis Rodríguez Zapatero, José Bono y Matilde Fernández en el congreso del año 2000. Quedó la última, ampliamente derrotada. Desde entonces, según muchos ex compañeros socialistas, «se le agrió el carácter y se hizo más mandona». Sus divergencias con el PSOE fueron creciendo hasta alcanzar un punto insoportable. Radicalizó su discurso, fustigó al nacionalismo, dejó el PSOE y curiosamente participó en algunos actos de Ciudadanos de Cataluña, por entonces una formación incipiente. Finalmente, se integró en una Plataforma nacida en el seno de «Basta ya», dónde estaban Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán y asociaciones de víctimas del terrorismo, lo que sería el germen de la nueva UPyD.

Este periplo político es utilizado por sus detractores como prueba de mujer conflictiva, inestable y autoritaria. «Sólo le gusta mandar y con malos modos», dicen. Por contra, para sus defensores es una política honesta, valiente y con coraje: «Ha sido la única en plantar cara a la corrupción y reafirmar la unidad de España». En su entorno censuran la actitud de Lozano y Cantó, «dos advenedizos crecidos a su sombra y ahora traidores». Añaden que en política unas veces se gana y otras se pierde, pero hay que saber estar «a las duras y a las maduras». Según ellos, es muy fácil apuntarse al carro de la victoria y no aguantar el tipo ante la derrota.

Al margen de las elecciones andaluzas y la irrupción de Ciudadanos, lo cierto es que las maneras de Rosa Díez no gustaban desde hace tiempo en el grupo parlamentario. Mientras Rivera ofrece un perfil amable, el de ella es antipático y arisco. «Parece un ama de llaves siempre regañando, mientras Rivera es el novio que toda mamá quiere para sus hijas», dice un crítico. Pese a todo, la estrategia en el círculo próximo a Díez es aguantar el tipo, dulcificar las críticas y aprobar una resolución que calme las aguas hasta después de las elecciones de mayo. Mientras Irene Lozano guarda silencio sobre dejar el partido y su escaño en el Congreso, Cantó ya ha mantenido contactos con C’s en Valencia y podría engrosar las listas autonómicas en esta comunidad. En el partido de Rivera reconocen estar a la expectativa, pues han recibido muchas peticiones de afiliación. «Estamos a la espera de ver cuántas flores vienen a nuestro jardín», dice un dirigente.

Díez ha pedido perdón por la ausencia de autocrítica tras el resultado andaluz, pero las espadas siguen en alto. Todos en UPyD piensan que el daño está hecho y que ya nada será lo mismo. Los más optimistas quieren cerrar filas y centrarse en las municipales y autonómicas. «No se puede tirar por la borda el trabajo realizado», insisten los fieles a Rosa Díez. Lo que sí parece claro es que esta mujer nacida en Sodupe (Vizcaya) atraviesa de nuevo momentos difíciles. En los últimos días se la ha visto por Madrid con su hija y su nieto, una de sus grandes pasiones. Enérgica y mandona, a pesar de su extrema delgadez y frágil apariencia física, debe comprender que la sociedad reclama líderes más cercanos y amables. «Rivera es fresco como una lechuga mientras Rosa se marchita en su jardín», dicen gráficamente quienes reclaman urgentes cambios. Ella quiere resistir. Veremos hasta cuándo.