Martín Prieto

Hamas es culpable

Bill Clinton hizo esfuerzos hercúleos por la paz en Cercano Oriente. En la puertecita acombada que da acceso al principal de Camp David se atropellaban Isaac Rabin y Yaser Arafat para cederse gentilmente el paso. Estaban tiralineadas las fronteras de Israel y Gaza y Cisjordania, numerados los pozos de agua, fijados los criterios financieros de la ayuda israelí a Palestina. Nada imposible abría un zanjón entre el reconocimiento de los dos Estados, excepto la inquina de árabes y musulmanes. Clinton escribe en sus memorias que Arafat le confesó sus temores de ser asesinado por los suyos, y quizá fue el polonio quien acabó tan misteriosamente con su vida. A Rabin le asesinaron por la espalda en otro raro fallo de seguridad, y el presidente egipcio Sadat fue muerto en un desfile por los Hermanos Musulmanes tras pactar con Jerusalén. Israel nace de la partición de Palestina votada por las Naciones Unidas en 1948, y Hamas, gobernante en Gaza, es una organización terrorista reconocida como tal por la Unión Europa y Estados Unidos. El preámbulo de la constitución de Hamas establece como su principal objetivo la destrucción física del Estado de Israel y sus habitantes. Hay palestinos de Al Fatah y de Hamas. Ahora que el Ejército israelí penetra el norte de la franja se han olvidado los adolescentes israelíes asesinados por el terror antisemita, racista, religioso y nazi. La respuesta militar a incansables intentos de repetir el Holocausto han de entenderse en la necesidad de Jerusalén de dotarse de un ciento por ciento de seguridad dado el contexto que la rodea, el ominoso ISIS entre las ruinas de Siria e Irak, el odio irredento del islamismo iraní, y la negativa a cualquier negociación de otra potencia distinta como la Saudí. Hamas no es el pueblo palestino. Gaza no es un campo de concentración y recibe mercancías por las aduanas israelíes. Un «Estado» terrorista sin pijama de butano jaleado por el buenismo internacional.