Cataluña
«Hemingways» en Cataluña
Los corresponsales extranjeros siempre han experimentado una especial fascinación hacia nuestro país. No en vano es aquí donde permanecen la mayor cantidad de años. A veces incluso se instalan en nuestra hospitalaria nación de manera definitiva. Curiosa circunstancia teniendo en cuenta lo mucho que les cuesta a una mayoría de estos profesionales y compañeros foráneos aprender a distinguir entre esa España indomable plagada de tópicos sobre la que a algunos de ellos les hablaron sus abuelos y esta otra, tal vez menos idónea para los inclinados a la crónica de la épica en la que prevalecen una democracia consolidada, el progreso y el respeto internacional tras haberse forjado durante décadas.
Y en unos tiempos como los que corren en los que al «share» se le llama periodismo ha tenido que volver a manifestarse esa patética tendencia de una parte –no todos– de los corresponsales extranjeros, a mirar el dedo que la señala en lugar de a la propia luna y que arroja como resultado que el secesionismo catalán tras las imágenes de este pasado domingo lleve esa clara ventaja sobre el Gobierno en el tratamiento dado por la prensa internacional al desbocado «procés». Es la ancestral obstinación de los informadores que llegan a un país con todas las garantías del estado de derecho por revolcarse en el barro de la violencia y si ese país es España no hay más que lanzarse a recuperar toda la épica del corresponsal en nuestra pasada guerra civil. Llegan pensando que serán testigos de momentos para la historia, pero, como ha ocurrido tras este 1 de octubre, lo que acaban es silenciando la razón y la ley que amparan a 47 millones de ciudadanos a cambio de una imagen de supuesta violencia –el dedo– que no es otra cosa más que los cuerpos de seguridad de un estado democrático cumpliendo con su deber de la mejor manera posible y a pesar de la deslealtad de los mossos –la muy reluciente luna–; esa es la objetiva realidad.
Existe una especie de atracción subconsciente del corresponsal extranjero para captar una supuesta España de la barbarie y tal vez por ello rebuscan cada año algún elemento justificador en nuestra Semana Santa, en los sanfermines o en la tomatina de Buñol. El resultado tras la actuación de Policía Nacional y Guardia Civil el domingo –a pesar de ni siquiera acercarse a las expeditivas y nada acomplejadas fuerzas de seguridad de otras «exquisitas» democracias occidentales– ha sido el curioso contraste entre la superficialidad casi de tuit de la prensa europea y la responsabilidad de todos los jefes de gobierno apoyando a su homólogo español.
Hemingway, Dos Passos, Saint-Exupery, Orwell, Capa o Montanelli fueron ejemplares cronistas y escritores que mostraron al mundo los horrores de nuestra guerra civil, encomiable labor que se rodeó de todo un merecido halo de épica e idealismo y tal vez por ello, nuestros amigos corresponsales extranjeros, –los de hoy– no harían nada mal en reparar en que ese escenario ya pasó y en que el trazo grueso no refleja la realidad de un país. La deforma.
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